Tres puntas, para un desganado triángulo.
Te quedas absorta pensando en lo no visto, meditando sobre lo obviado y recapitulando lo mucho pasado por alto; no se si como experiencia sugestiva, de relleno intelectual propio, o como técnica reflexiva alentadora, para dejarte conmocionado y recapitulando sobre ella.
Tres tiempo distantes, acto triangular que va desde 1999 al 2014, y desde éste al 2025, con tres formatos cinematográficos distintos y con una banda sonora clave para entender el momento y la transición vivida, desde ese puntero de guitarra clásica para la meditación y duda, la tristeza y el dolor de la elección hasta Pet Shop Boys y su fantástico “Go west”, para la celebración de la vida y su alegría; todo ello con una fantástica Tao Zhao, que protagoniza los dos primeros tercios, dejando el revolucionario último a la aparición de un imprevisto joven, desorientado, con mucho que desandar.
El amor, las decisiones, los errores y la soledad, amargura de pena infringida, abrazada por un estatus económico que no logra paliar la desgracia, el abandono y el encierro de quien se alimenta de añoranza y buenos recuerdos, incomunicada en su voluntario retiro, hasta ese salto temporal a un inconexo hijo que ya no tiene vínculos, ni memoria, ni ilusión, en búsqueda de una libertad emocional que le atrapa y condena, más que darle paz y tranquilidad.
Todo ello con esos tres anodinos lapsus, correspondientes a los años transcurridos entre las épocas clave elegidas donde, no se cuenta nada del por qué o de la evolución sufrida, simplemente apareces en la determinada fecha y ¡paf!, nueva situación/nuevos acontecimientos.
Y, aunque reconozco que esa es la originalidad cautivadora de la cinta, también es un tormento y suplicio para la audiencia, pues te aísla y fuerza a ser una incomprendida receptora que al no entender, saber ni obtener respuestas a las muchas lagunas, se distancia y cede en interés y apetencia por ella.
Porque estar en una clase y no comprender al profesor hace que resulte más estimulante mirar por la ventana que oír una historia sin correlación ni nexo seductor y, aunque “observar lleva su tiempo”, pasar de la disputa de jóvenes, en las minas de carbón, a los adultos ya curtidos en manejo de petróleo, a una Australia que desprecia su apellido y nombre chino no llama ni apela a la razón cognitiva; simplemente miras, aunque cada vez con menor atención, pues te has perdido el hilo nunca narrado, para Jia Zhang Ke prescindible en la belleza de su relato, para la presente necesario para no quedarse varada, en medio de ninguna parte, sin resolver nada.
Desconcertada devastación expuesta sin anhelo, con gelidez pálida y curtida experiencia del cataclismo padecido, momentos decisivos que inclinan la balanza y marcan la pauta del destino dejando de lado, y como inútiles, el relleno de aquellos tantos otros que se dan entre medias.
Género dramático que busca novedad expresiva y alternancia narrativa, como base para su florecimiento y aprecio exquisito, y que transcurre desde la esperanza y deseo de todo por vivir, al olvido y pérdida de la memoria, con esa nueva identidad intercalada de súbitos déjà vú que indagan y perforan en el pasado; un volver a la tierra, a la lengua, a la clase obrera con hastío y lentitud, desapego y escisión, que terminan por coronar esa actitud desabrida de quien quiere estimar e involucrarse pero, no hay manera por mucho que lo intente y se esfuerce.
“Lo más difícil del amor es la atención”, pero por mucho que el destinatario ofrezca ésta, con gusto y querencia de beneficio argumentativo, el emisor es tan negado en su competencia discursiva que logra nos se sienta el amor, que no emocione el sufrimiento, que no turbe la desgracia y que el sentimiento final sea de negligencia, al no poder afirmar haber disfrutado de ella.
Singularidad, de torpe desilusión, es la contrariedad que te deja.
Lo mejor; Tao y su interpretación solemne.
Lo peor; el cansancio y agotamiento de no conectar y sentir indiferencia.
Nota 6,1