Tiempo, fugacidad y memoria
por Carlos LosillaA veces subestimamos el poder del cine para provocar emociones. Y no lo digo por la ternura que pueda inspirarnos determinado personaje, ni por la tristeza o el gozo que son capaces de transmitir ciertas situaciones. Me refiero al cine mismo, a la película en sí, a ese dispositivo hecho de imágenes y planos (y sus infinitas combinaciones) que nos asalta como un ladrón desde la pantalla. El cine de Jia Zhang-ke parece estar hecho para demostrar esa condición. Ya en sus primeras películas, sobre todo desde Platform (2000) hasta Naturaleza muerta (2006), existe un ritmo peculiar e inimitable que puede conmovernos a partir de un cambio de plano, o de una elipsis. Es la potestad de los cineastas realmente grandes, y Jia se sitúa así en una tradición que podría ir desde John Ford hasta el último Sarunas Bartras pasando por Michelangelo Antonioni: el plano y el fuera de campo, los agujeros del relato, las dilataciones y contracciones del tiempo, son los elementos que nos seducen, nos producen escalofríos, nos ponen al borde del llanto. Pues bien, Más allá de las montañas (2015), el último largo de Jia por el momento, lleva al límite esa pasión del cineasta chino por la propia representación cinematográfica como generadora de desasosiegos y exaltaciones, de turbaciones y conmociones, de manera que un breve desplazamiento de la cámara puede alterarnos más que una línea de diálogo especialmente conmovedora. Eso es el cine, después de todo.
A primera vista, Más allá de las montañas sigue la estela de las mejores películas de Jia, ya sean ficciones o documentales: desgranar una crónica de China desde finales del siglo XX hasta la actualidad, describir cómo ha pasado de la economía comunista a un peculiar capitalismo que ya ha causado transformaciones monstruosas y traumáticas en varias generaciones. En The World (2004) o Historias de Shangai (2010), esa indagación era colectiva, priorizaba los paisajes y sus mutaciones por encima de los personajes, que se limitaban a atravesarlos como fantasmas a punto de desvanecerse del escenario de la Historia. En Más allá de las montañas, la peripecia se hace más individual, por mucho que cuente la historia de cuatro personas: una muchacha, los dos hombres que la pretenden y el hijo resultante de su unión con uno de ellos. Y ni siquiera el tiempo empleado para narrar esa trama la hace más épica, como solían ser sus trabajos anteriores, por lo menos hasta que Un toque de violencia (2013) supuso un dubitativo cambio: desde 1999 hasta 2015, pasando por 2014, los personajes evolucionan ante nuestros ojos por medio de pequeñas escenas conversacionales, y los grandes cambios se deslizan con sutileza, a través de la tecnología que emplean en cada momento, o del trabajo que desempeñan, o de los medios de transporte que utilizan. Jia ha dejado de ser el bardo homérico de su país para convertirse en una especie de novelista lírico que se expresa en imágenes tan evocativas como precisas: el cambio de formato de pantalla que acompaña a cada una de las dos grandes elipsis del film es un modo de decir que no todas las épocas se pueden filmar de la misma manera, y también que los personajes ocupan un lugar distinto en el espacio cotidiano a medida que pasan los años. La gran Historia del país de encarna en las pequeñas historias de las personas y se representa a través de ellas, como si fueran trasparentes.
Y por ello ahora Jia también parece prestar más atención a los cuerpos y a los gestos que a los grandes horizontes. Digamos que ha pasado del western al melodrama. Pero también que ese cambio supone una escritura de una precisión tal que aborda a sus actores a través del modo en que la cámara los encuadra, los deja fuera del plano o incluso de la propia trama. En este sentido, su libertad es total: un personaje puede desaparecer a media película sin mayores explicaciones y sin que ello suponga una falla en el relato, las canciones de la época (chinas u occidentales) son capaces de unir épocas distintas y evocar así el paso del tiempo, la fugacidad de la vida, de la misma manera en que el hecho de que un actor quede más allá del marco de la pantalla nos hace a la vez lamentar su ausencia y preocuparnos por el que ahora está en cuadro, al que vemos más frágil y desvalido. Más allá de las montañas inventa una nueva forma de expresión dentro del propio cine de Jia, lo renueva sin renunciar a su pasado, y consigue dar carta de naturaleza a una forma renovada, en perpetua evolución, que todavía puede darnos mayores sorpresas en un futuro no muy lejano. Jia, el recopilador de un pasado ahora ya legendario, ha dejado paso a Jia, el cronista de la vida sentimental, y el cambio no supone ni una pérdida ni una ganancia: simplemente un deslizamiento más en el gran flujo de la Historia, de las historias.
A favor: Que una película tan compleja se pueda resumir, sin perder un ápice de su consistencia, en dos escenas: el principio y, sobre todo, ese final que lo transforma todo, que nos relee la película como en un velocísimo flasback.
En contra: Que pueda percibirse como una concesión por parte de Jia, cuando en realidad responde a la evolución lógica de un cineasta que no puede dejar de reflexionar sobre su estilo.