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    El nombre del bambino
    Críticas
    2,0
    Pasable
    El nombre del bambino

    Otra versión de lo mismo

    por Carlos Losilla

    El nombre, la película francesa que dirigieron Mathieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, a su vez autores de la obra de teatro original, abordaba un tema más enjundioso de lo que parecía: ¿qué hacer cuando un pasado ignominioso regresa para alertar sobre el futuro que nos espera? En este caso se trataba de una cena familiar en la que alguien aireaba el nombre de su hijo, a punto de nacer, y que no iba a ser otro que Adolph, como el del asesino de masas  que dirigió los destinos de Alemania hasta 1945. ¿Es eso moralmente admisible? ¿No hay que darle mayor importancia? Ese debate, sin embargo, pronto desaparece de la trama para que se instalen líos de familia y rencillas entre amigos, con lo cual la posible gravedad que hubiera podido desprenderse de él queda diluida en un ambiente de vodevil burgués. En su nueva película, Francesca Archibugi intenta de nuevo otorgar intensidad a las posibilidades nunca explotadas del original y también de nuevo fracasa en el intento, perdida entre conversaciones superficiales y situaciones potencialmente graciosas que –dicho sea de paso—maldita la gracia que tienen.

    Archibugi fue una de las grandes esperanzas del cine italiano de los 90, como así demuestran películas del calado de Verso sera (1990), La gran calabaza (1993) o Con los ojos cerrados (1994): una cineasta callada y sensible, propensa a recrear dramas melancólicos y tranquilos con meticuloso sentido del detalle. Su deriva no ha sido la esperada, sin embargo, y su filmografía se ha ido haciendo progresivamente vulgar, nunca alejada de cierta elegancia formal pero cada vez más vaciada de contenidos. En este sentido, quizá El nombre del bambino –seguramente el título español más absurdo de los últimos años—no sea su peor película, pero se acerca mucho a eso. En pocas palabras: Archibugi, también autora del guión junto con Francesco Piccolo, se ve abducida por el histrionismo de la trama y de los personajes hasta que el folletín familiar se apodera del conjunto, por mucho que un inesperado –y epidérmico-- toque feminista intente redimirlo todo al final.

    En efecto, esta versión italiana de lo que amenaza con convertirse en todo un clásico contemporáneo de la inanidad quiere ser dos cosas: una metáfora política del país y una radiografía del tipo de célula familiar que está en el centro del panorama actual. En otras palabras, para Archibugi, la cena que da origen a la situación de partida es la consecuencia de una sociedad que procede del fascismo de los años 30 y 40 (la broma con Mussolini como punto de partida), ha pasado por el inicio de la desideologización que supusieron los 70 (de ahí los flashbacks que intentan reflejar la adolescencia de los protagonistas) y ha llegado a día de hoy por completo indocumentada y desinformada, de nuevo vulnerable ante las amenazas del capitalismo tecnológico (torpemente representado en la película por la cámara del niño que lo filma todo sin ton ni son y por la omnipresencia del teléfono móvil). Pero nada de eso adquiere la densidad adecuada y el conjunto termina desmadejándose, cediendo al chiste fácil y a la comedia de salón más convencional con ínfulas de análisis sociológico, todo ello rematado al final con un toque de progresismo sentimentaloide indigno de aquella cineasta que una vez pudo ser Archibugi.

    A favor: Micaela Ramazzotti, una actriz que desprende por sí misma toda la veracidad que la película es incapaz de ofrecer.

    En contra: Que se pretenda vender como algo serio lo que únicamente es una comedia burguesa de la peor especie.

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