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    Psiconautas, los niños olvidados
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Psiconautas, los niños olvidados

    El carnaval de las alimañas

    por Daniel de Partearroyo

    En 2016, las películas de animación protagonizadas por animales antropomorfos ganaron cantidades estratosféricas de dinero en las taquillas de todo el planeta. Zootrópolis (Byron Howard, Rich Moore & Jared Bush), Buscando a Dory (Andrew Stanton & Angus MacLane), Mascotas (Chris Renaud & Yarrow Cheney), ¡Canta! (Garth Jennings & Christophe Lourdelet), Kung Fu Panda 3 (Alessandro Carloni & Jennifer Yuh) y Angry Birds. La película (Clay Kaytis & Fergal Reilly), a las que podríamos sumar el híbrido CGI de El libro de la selva (Jon Favreau), recaudaron varios miles de millones de dólares y demostraron que el potencial comercial de los bichos parlanchines con comportamientos y preocupaciones humanos era infinito. De hecho, hubo algunas voces que se atrevieron a diagnosticar ese éxito como reacción del público cada vez más angustiado por una realidad social inestable, un panorama político desolador y cada vez mayores fuentes de ansiedad en la vida cotidiana. Ante dicho paisaje, ¿cómo no buscar refugio en las criaturas parlantes de filmes amables aptos para toda la familia? Pues bien, Psiconautas, los niños olvidados es justo lo contrario: una trasposición precisa y rigurosa de esas inestabilidades, desolaciones y ansiedades reales al plano de las fábulas protagonizadas por adorables animales charlatanes. También es una de las mejores películas de animación de la década.

    En Psiconautas, los niños olvidados, los directores Alberto Vázquez y Pedro Rivero han adaptado y expandido la novela gráfica homónima del primero, publicada en 2006. Como ya hicieran en el multipremiado corto Birdboy (2011), que también bebía del mismo universo de animales y depresión, han multiplicado el alcance de las melancólicas aventuras del niño pájaro Birdboy y la ratita Dinki en una isla desolada y moribunda a causa de la contaminación. La lacra de las drogas, la crisis medioambiental causada por la polución y la tensión social de la desindustrialización en la Galicia de los años 80 fueron los referentes tonales y estéticos de la obra de Vázquez, que en su traducción al cine ha conservado el tono de amargura unido a unos dibujos sencillos y elegantes, de línea limpia y más atenta al detalle que la animación flash de Birdboy. La isla donde malviven y de la que anhelan escapar los protagonistas hiede a putrefacción moral y ecológica. Allí, estos animales tan humanizados acabarán comprendiendo que sus peores enemigos están tanto en su reflejo deformado como en ciertos demonios internos.

    Que Psiconautas, los niños olvidados sea una película de animación enteramente para adultos no significa que su (afilado) humor negro recurra a la irreverencia y provocación simplona de otro título reciente protagonizado por criaturas antropomorfas como La fiesta de las salchichas (Greg Tiernan, Conrad Vernon) –película, por otro lado, bien disfrutable–, sino que convive más armoniosamente con propuestas de inteligencia y calado como la serie BoJack Horseman (Raphael Bob-Waksberg). No obstante, el desarrollo de Psiconautas y su narrativa más preocupada por la construcción de atmósferas y estados de ánimo que peripecias, remite a su origen entre viñetas, por lo que los lazos, con distintos grados de intensidad, sería quizás más pertinente trazarlos hacia la obra de autores de cómic consagrados como Art Spiegelman, Miguel Ángel Martín, Neil Swaab o Simon Hanselmann. Eso sí, al final, el referente indudable es el propio Alberto Vázquez, que ha creado un estilo propio y reconocible. Un mundo rico, por igual fascinante y aterrador en sus rincones más escarpados. Como si El Bosco hubiera ilustrado El carnaval de los animales.

    A favor: Un flashback de montaje que resume una relación y está al nivel del inicial de Up con su capacidad de síntesis y puñetazo en el corazón.

    En contra: A pesar de la exposición que supone haber ganado el Goya y todos los premios que acumula la película, ¿cuántos espectadores le darán realmente la oportunidad que merece? ¿A cuántos cinéfilos despertará curiosidad?

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