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    La 'versión' Stone

    por Israel Paredes

    La figura de Edward Snowden y todo aquello que la rodea, así como el contexto actual que sacó a la luz con sus filtraciones, eran sin duda alguna el material perfecto para Oliver Stone, cineasta (auto)proclamado cronista de su país, de sus miserias y de su cara más sombría desde prácticamente los inicios de su carrera. Más interesado en los últimos años en el terreno documental que en la ficción, Snowden se presenta como una suerte de regreso de Stone, propiciado por el propio director, para recuperar, o al menos intentarlo, ese lugar que un día ocupó y que tiene no poco de ego personal de presentarse, como decíamos, no solo como cronista de su tiempo, también como azotador de conciencias.

    La cercanía del documental de Laura Poitras (Melissa Leo en la película) Citizenfour, cuyo rodaje es el centro vehicular de la película de Stone a partir del cual se van desarrollando los flashbacks que narran la vida de Snowden (Joseph Gordon-Levitt) desde su imposibilidad de entrar en el ejército hasta la filtración pública de los documentos clasificados de la NSA, ocasionará lógicas comparaciones, sobre todo en un momento en el que se percibe una cierta desconfianza hacia la ficción frente al supuesto realismo (objetividad) del documental. Snowden no puede, o no debe, compararse con Citizenfour, por varios motivos, pero principalmente porque Stone no persigue tan solo relatar unos sucesos con más o menos cierta veracidad, sino que usa la figura de Snowden, como anteriormente en su filmografía ya había hecho, para trazar una mirada más amplia. El Edward Snowden de Stone es, en este sentido, como el Jim Garrison de J.F.K., el Ron Kovic de Nacido el 4 de Julio e, incluso, el Nixon de Nixon –en este caso de manera tan solo tangencial-, personajes que desarrollan una clara evolución desde una creencia ciega en un sistema que, sin embargo, en la evolución narrativa, descubren lo que esconde aquello que pensaban infalible. Un proceso quizá no tanto de toma de conciencia como de descubrimiento de la cruda realidad. De hecho, en Snowden hay ciertos momentos que se intuye un tímido intento de mostrar cierta ambigüedad alrededor del personaje, y, en parte, solo en parte, lo consigue. Pero si no llega a trascender más se debe, precisamente, a que Stone adecua Snowden y toda la historia a sus intereses y no al revés, y aunque es un procedimiento que tiene cierta lógica y sentido, en esta ocasión, denota, volviendo al comienzo, el intento de dar la ‘versión-Stone’ antes que cualquier otra cuestión. Este deseo de dejar su ‘firma’ o visión por parte del director ocasiona lo peor de Snowden, pero también lo mejor. Es decir, las conexiones con el resto de su filmografía operan en ambas maneras, porque Stone sabe moverse de manera magnífica dentro de esos parámetros conspiratorios y paranoicos, pero, a su vez, acaba enredándose.

    Stone usa la figura de Snowden para hablar de un país y de sus ciudadanos que, de alguna manera, y aquellos que quisieron, salieron de la inocencia/ignorancia. Snowden, producto del 11-S (algo que Stone se encarga de remarcar en varias ocasiones), se pone al servicio de su país convencido de que tiene que ayudar al mismo. Luego, descubre lo que todos sabemos. Y esa evolución de conciencia es, como decíamos, una marca del cine de Stone que adecua en el plano argumental y narrativo en Snowden y de donde surgen las mejores ideas de la película. Por ejemplo, resulta muy interesante el plano personal de Snowden y la relación con su pareja, Lindsay (Shailene Woodley) en cuanto al contraste con el plano privado/profesional y el descubrimiento de que ellos también pueden estar siendo espiados (en este sentido hay dos buenos momentos en Snowden). Ahí la película toma más fuerza, quizá porque Stone es donde mejor transmite la indefensión del ciudadano, sea cual sea, y del personaje en particular. Porque Snowden descubre finalmente que, quizá, no hay enemigos. O que todos, potencialmente, para algunas mentes, lo somos.

    Pero donde más falla Snowden es en el plano visual, a pesar de la corrección de las imágenes, de lo asesado de la construcción de la película, Stone, a diferencia de otras ocasiones que, gustase o no, esa es otra cuestión, en esta no asume apenas riesgos en la puesta en escena. Se echa de menos una apuesta formal más arriesgada, porque Snowden, al final, muestra en este sentido a un cineasta que se ha adecuado a lo fácil para intentar volver a estar en primer plano, pero más desde una postura argumental o temática que visual. Consigue que Snowden funcione incluso teniendo el recuerdo de Citizenfour muy cerca, porque lo que plantea Stone, frente al documental de Poitras, es una mirada personal sobre un hombre y su tiempo, sobre una sociedad, una obra de ficción sobre la realidad más atenta a los temas que interesan al director que, quizá, al propio tema en sí. Pero, ya se sabe, Stone es el cronista de la historia norteamericana del cine contemporáneo. O al menos eso piensa él.

    Lo mejor: Gordon-Levitt, Woodley e Ifans y, por supuesto, la absolutamente demencial presencia de Nicolas Cage. El uso de Citizenfour como centro para ir construyendo la película.

    Lo peor: El final, con la presencia del Snowden real, totalmente innecesario, como el propio tono épico que cierra la película.

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