Atemperado ingenio británico.
“En su mayor parte verdadera”, en su mayor parte poco interesante porque, aprecias y valoras, por encima de todo, el magnífico trabajo de Maggie Smith, su afianzado logro como gran conductora de toda la trama pero, no hay nada más que apetezca; ni siquiera sus buscados diálogos, intercalados con esa ironía aguda y burla seca y sarcástica, que dice verdades dolientes como quien no quier ala cosa y que tanto gusta a los ingleses -expertos en manejarla con talento y gracia- tiene el don de extraerte de una somnolencia llevadera con ese conformismo de quien empieza un relato, trata de hacerse eco de su cariño y encanto relatado, de saborear su humor agrio, tirando casi a negro -lo dejamos en azul oscuro pues, el amarillo chichón de su furgoneta sería valorarla en exceso-, pero no logra más que una indiferente mirada por una desolada anciana, de mente ida, que paga en vida el error de un momento aciago.
La inspiración puede que le llegara a Nicholas Hytner de una noticia del telediario o de un sensacionalismo del periódico y, a partir de ahí, a idear la personalidad y vocablo demente de una anciana que dice improperios mientras molesta, y mucho, a unos dóciles y comprensivos vecinos que van de benefactores, cuando en realidad querrían deshacerse de ella y que se largara a otra parte; ambigüedad en la que no entra ni perfora, únicamente la usa en sus vis cómica como querido acicate de un guión que no va sobrado de estímulos, más bien lo contrario, carece de atractivo por no inmiscuirse en temas serios que deja correr, como la homosexualidad encubierta, la culpa emocional, la maldad amable, la hipocresía de la gente, la inutilidad de los servicios sociales, el caro precio de tender una mano, lo barato de mirar a otra parte..., y simplemente dibuja un bufón escenario, que cuenta con su dosis de tragedia y misterio no resuelto pero, cuya exposición es tan leve y poco fructífera que, realmente te da igual si se llama Mary, Margaret o ¡es la virgen María a la que tanto reza!, te has convertido en uno más de ellos; pasas por su lado, miras, pero sigues por no estar interesado.
Locura graciosa, bondad dramática, sentencias ácidas y una gran interpretación de su actriz protagonista, todo valorado con conciencia plena de su existencia, aunque sentido con ese mínimo apego de un contacto superfluo.
Porque el espectador es de los que le ofrece un abrigo o le lleva comida, pero nunca le ofrecería aparcar en su plaza de garaje pues no siente tanta devoción, estima, tristeza, alegría o curiosidad por ella; de hecho, cuando finaliza y se resuelve el enigma de su caótica vida, como que tampoco es una lindeza suculenta o apetecible de ser oída.
Todo es ligero, superficial y devaluado en este diseñado relato; bonita y cándida, suave y afable son sus estandartes, la cizaña que se oculta tras tan idílicos sentimientos, olvido que se posterga, por no ensuciar la blancura inocente de su tomada postura.
“Sólo necesito el aire”, necesitas mucho más, querida, un guión más puñetero y afilado en su perspicacia, que no deje caer bombas fétidas que no huelen apenas sino, que éstas provoquen ese estruendo, caos y alboroto mareante que invite a sentarse y participar de la cena, no ese simple observar inerte de quien no tiene apetencia por degustar la misma.
Calidez que no abriga, sarcasmo que no embruja, llana e intrascendente en su simpatía y carisma; sin química entre ellos, sin conexión con el espectador.
Sin aceite ni sal, únicamente verdura hervida.
Lo mejor; y único, Maggie Smith.
Lo peor; su beatitud nada incisiva.
Nota 5,6