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    La ciudad de las estrellas. La La Land
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La ciudad de las estrellas. La La Land

    La cotización de la nostalgia

    por Quim Casas

    Una ciudad que se llame de las estrellas no puede ser otra que Hollywood, por supuesto, si estamos hablando de una película estadounidense. El título de La La Land me gusta más. Tiene un toque entre naif y pop que casa bien con otras cosas. Con, por ejemplo, el musical de Jacques Demy, al que el filme de Damien Chazelle –muy, muy superior en todos los sentidos al alabado Whiplash (2014), cuya teoría de que el arte solo se consigue con el sufrimiento físico resultaba estúpida– rinde tributo en la secuencia de apertura, una coreografía-remedo de otra parecida de Las señoritas de Rochefort, el baile en la autopista, solo que –los tiempos mandan– filmada en plano secuencia.

      Hay más referencias, ya que estamos hablando de una película musical neoclásica aunque Chazelle quiera ser un posmoderno. Por ejemplo, la imagen inicial en blanco y negro que muestra el logo de Cinemascope cortado, se ensancha hasta obtener toda su dimensión panorámica y adquiere color: es un guiño tanto a Frank Tashlin –quien ya hizo algo parecido antes que Xavier Dolan en Mommy– como a los experimentos de metalenguaje de los cartoons de Tex Avery. Otro ejemplo, y este te llega o no en función de edades, culturas cinematográficas y correlaciones sentimentales: el juego referencial con el Planetarium de Rebelde sin causa, una de las películas (de Nicholas Ray) que mejor empleo hicieron del formato Scope.

      No todo es agradable, certero, defendible o logrado. No es La La Land, la tierra angelina, perdón, La ciudad de las estrellas, una película redonda, conseguida, influyente, determinante. Su aroma resulta demasiado dulzón, almibarado, y algunas secuencias son demasiado prefabricadas. Emma Stone me gusta, y creo sinceramente que confiere a su papel de aspirante a estrella ese punto de verdad que otras “estrellas” actuales no hubieran logrado, pero Ryan Gosling, aún gustándome, hace lo que hace siempre, y eso (siempre) me provoca una cierta distancia: puede estar levitando en alas de la danza como en una escena de este filme, conduciendo con gesto adusto el coche de Drive, sus papeles en las películas de Derek Cianfrance o lo que hará en el próximo Malick, que más da, Gosling siempre pone la misma cara.

      La nostalgia puede ser buena o mala consejera, pero aquí la rememoración permanente del pasado ni se explica bien ni cala hondo. La nostalgia por el viejo cine (de nuevo Rebelde sin causa, si es que Ray representa un cine viejo, algo que va en contra de todo lógica evolutiva) o por el viejo jazz. En este sentido, el personaje de Stone gana al de Gosling: ella quiere ser un nuevo astro en el firmamento cinematográfico y aprende de todo lo que ve, y él desea que todo el mundo vuelva a tocar como lo hacían Coltrane, Monk, Mingus y Davis. Nostalgia amable, melancolía incierta, que afecta por supuesto a las relaciones entre los personajes: lo que se pudo tener y finalmente se perdió mostrado sin acritud, sin arrebato melodramático.

      La ciudad de las estrellas quiere jugar en otra liga, la del cine que agrada a casi todos los públicos. Escrito esto un día después de su entronización en los Globos de Oro, tan discutibles como los Oscar, los Goya o el palmarés de Cannes –¿o no?–, el filme de Chazelle parece que va a convertirse en el éxito del año. En eso ganará a otra propuesta de reinvención del musical clásico que nunca fue comprendida, Corazonada, la epopeya electrónica de Coppola, también rodada en macro-estudio, como debe serlo cualquier musical, el género del artificio –eso lo respeta bien Chazelle–, hace exactamente 35 años. El director de La ciudad de las estrellas no tiene un estudio, Zoetrope, que mantener. Así que gane, casi seguro, o pierda, difícil, se va a convertir en el último héroe de un género moribundo que volverá a estar en boca de todos, al menos durante unos cuantos años.

    A favor: la captura activa de una forma clásica de filmar (en el cine de Hollywood).

    En contra: la nostalgia por esa misma forma que afecta al tono dulzón del drama romántico.

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