Aciagas injurias y agravios.
Las comedias de guión ácido e irónico, a la vez que burlón y estrafalario, plantean el dilema de haber apreciado su punzante verborrea, pero que se escape el humor que se supone va acompañado a ellas; esa sensación frustrante de entender el chiste, pero que su práctica no haga ni gracia y que puede provocar el absurdo de forzar una risa que, voluntariamente no está dispuesta a salir, por ella misma.
La sala entera se está divirtiendo, hay carcajadas dispares y tú sólo puede admitir no-está-mal pero, ¡no es para tanto!, desconexión que se agudiza conforme sigues observando y reflexionas sobre ella.
Así que con el miedo de no experimentar ni disfrutar de ese supuesto recreo asegurado, con la querencia de un tiempo grato y distendido/el temor de no lograrlo y que la broma y payasada, que tanto gusta a la mayoría, pase desapercibida y nublada para la presente acudo a verla aunque, no está mal ser de grupo reducido y exclusivo, ese que no falsea por encajar con la opinión de la mayoría.
Y se confirma el fiasco de velada anticipada, al observar los caóticos accidentes y sus torpes movimientos sin sorna ni retintín, únicamente cháchara loca, sin incentivo ni entusiasmo en su majadera aventura.
Y es una contrariedad que se cumpla dicha intuición, previa a su visionado, desencanto que la fantástica Emma Thompson no da para compensar a pesar de su excelente trabajo y la picardía de su personaje pues, el principal, su nefasto hijo el barbero, se escribe con esmero de crear ambiente incisivo y sarcástico en su locuacidad y andadura pero, no halla gloria, ni siquiera remate con eficiencia a pesar del esfuerzo nulo de Robert Carlyle quien, siendo correcto en su interpretación, nunca crea brizna ni aura satisfactoria que alegre y aplauda haberle conocido.
Lidiar con esa molestia de observar y deliberar sobre sus diálogos, sin que una mínima sonrisa o grata mueca distendida surja entremedias es cansino y agotador, pues has elegido como distracción una comedia, cuya diversión y fanfarria están acabando contigo.
Duras palabras, lo reconozco pero, es la conclusión de siempre, esa que sobre papel escrito es meritoria y contundente en su ingenio y ocurrencia, pero cuya práctica no provoca dicho talante, sino una visión apagada de quien oye agudas sentencias sin sentir nada, ni su fresco acicate, ni su vertiginosa adrenalina.
Hilaridad negra que Carlyle, metido a director novel, no sabe ejecutar con maestría y audacia, transita por el rocambolesco mundo de la muerte, de las amputaciones, de la incompetencia policial, del resquemor profesional, del dictamen materno, de la bestialidad inocente, de la amargura ofensiva..., sin demasiado talento pues, pretende mucho más de lo que consigue perpetuando una sensación de fallo variopinto, a pesar de sus groserías y excentricidades.
Creerse gracioso no es tener don para el rodaje de una historieta anecdótica, guión que evidencia falta de profundidad y acierto en sus intenciones humorísticas; apremiada chistosidad británica, escocesa para más inri, que de tan evidente muestrario anula la capacidad de que ésta se forme y disfrute, su portavoz, de ese prometido humor que se deja caer en la sinopsis y en su confeccionado tráiler.
Lo siento Barney thomson, no das para leyenda, ni levantas apenas interés, a pesar de tus involuntarias aspiraciones a matón imprevisto; génesis de un grotesco monstruo, que no inspira adoración ni adulación alguna.
Intrascendente en su exposición, cohesión y réplica; de tanto forzar la situación, la fastidia.
Lo mejor; Emma Thompson y Ray Winstone.
Lo peor; falla como comedia.
Nota 5,5