... pero se toca la nariz ¡con tanta gracia y estilo!
El holandés es la excusa, da igual no esté bien definido ni constituido, es la gallina informática de los huevos de oro que buscan todos; la CIA, Gary Oldman, siempre ha remolque, ya es un clásico; el malo malísimo, con porte gélido y artificioso Jordi Mollá, español para más señas; un cirujano Tommy Lee Jones jugando a experimentos con forzados voluntarios y..., un magnífico veterano Kevin Costner, de loco psicópata/criminal sin remedio a emocional, reflexivo y afectivo ser humano, sensibilidad e inteligencia provenientes de unos recuerdos ajenos, Ryan Reynolds, que son lo mejor que ha sentido y poseído jamás en su vida.
Un agujero de gusano, una computadora, la seguridad mundial en peligro, dinero y desesperación por poseer la clave del programa y su escudo, honradez de un cruel delincuente que, confuso, se mueve entre su antigua avaricia y desdén por el mundo, a la ética de actuar correctamente por involucradas y sentidas emociones; gracioso, irónico, directo en sus golpes, sin contemplaciones en su maldad, todo se ve sacudido por unos afecciones imprevistas que alteran su agonía y desprecio, por un bienestar anímico de quien ha crecido con amor y ha hallado la felicidad completa.
Acción incesante, de idas y venidas frenéticas, para un satanás mártir que es el ángel salvador de la civilización sin quererlo, sin solicitarlo, sin saberlo; rápida, eléctrica, diablilla, se mueve con energía; su sinopsis carece de sabiduría argumentativa, de guiada ilustración para convertir su perpetuo escape a contrarreloj, de yo-contigo/próximo yo-sin-ti, en algo más que un divertimento teatral, de violencia atropellada con dosis de humor, pero sin enigma ni suspense que cautiven tu conciencia y ralenticen tu respiración.
“Me gustaría seguir siendo él”, ese bourne ya entrado en edad, de memoria invadida -que no borrada-, que se decanta por su huésped, por el cariño y las ventajas que ofrece éste, pues el dueño de la existencia original no cuenta con buenas credenciales; lealtad a un desconocido que provoca surja la moralidad y sus reparos, una bofetada de sentimientos incontrolados que desencadenan en una unión torpe e imperfecta de dos mentes en única persona, concatenación de ramalazos estimulantes que abren la puerta a un combate a dos bandas, de convivencia difícil pero imperiosa, opresiva pero esclarecedora, de quien se desea ser/nunca más volver a percibir.
“Si me haces daño, yo te lo hago peor”, lema comandante de un thriller de acción, donde Costner vuelve a mostrar su mejor baile con lobos, fusionado con un inválido emocional que se vale de un mensaje encriptado en su cerebro, sin botella, para ser el mensajero guardaespaldas de un sueño de playa, que no de campo, donde hallar tierra, después de tanta agua revuelta.
La cinta es él, se exhibe con talento, se explaya sin límites, se certifica en todos los aspectos como valedor único de la historia; una intriga de mínimos en su audacia e inquietud, de ritmo vertiginoso y aceleración entretenida que pasa de explicaciones necesarias, pues se sube al carro de la persecución incesante, de las carreras desmadradas, de los puñetazos secos y las ejecuciones indispensables, para llegar a enfrentamiento final y que gane el bueno de mente/no se sabe si aún de corazón retorcido.
Final amoldado que deja abierta la posibilidad de secuela, en caso de éxito de taquilla de ésta, aunque los sondeos no vaticinan buenas perspectivas pues, aunque divierte, distrae y maniobra con celeridad como válido pasatiempo, también es indiscutible que su trama no aporta tensión ni levanta incertidumbre; no es hábil en su enredo, ni ingeniosa en su malla, reveses que aducen a un libreto endeble, que vive únicamente del carisma de su intérprete y de la velocidad como etiqueta de obsesionado porte.
Esta “mente implacable” no cuenta con un gran cerebro de impacto severo y despiadado, sólo un simpático déspota asesino, vuelto candidato a padre adoptivo del año, que ameniza y alegra pero, el contento no tasta las mieles de la suculencia depravada, del rencor perverso, del afecto inconexo, del error purgado, de esa oportunidad de ser dejando de estar, para que un último gesto permita decir sin hablar.
Empiezan, correr y se detienen, pues ya no hay más terreno que avasallar y el reconvertido canalla no da para más.
Lo mejor; la penetrante interpretación de Kevin Costner.
Lo peor; la debilidad argumentativa de un guión saturado de agujeros.
Nota 6,1