Toda persona tiene siempre elección.
El comportamiento masivo sometido a investigación sociológica que intenta explicar el por qué de ciertas conductas, justificadas a través de esa obediencia a un poder superior que nos exime de toda responsabilidad moral.
Pues ese es el gran debate presente, ese seguir órdenes que nos convence de la liberación de toda carga ética, para continuar con un proceder cuya pauta no se detiene, a pesar de ese primer sentimiento de afinidad con la víctima; momento en el que surge esa actuar robótico de quien responde a una autoridad suprema que le protege de toda culpa, en esa conciencia humana que le susurra que no está bien lo llevado a cabo.
Pero no se cuestiona, no se para, se realiza sin pensar pues es un mandato de una jerarquía más elevada que nos anula como ciudadanos, o eso gusta pensar; el individuo elige pero se parapeta tras esa presión e influencia de la mayoría, para no romper el patrón establecido, sea este horrible, vergonzoso o dañino.
Seis grados de separación para la comunicación y contacto con cualquier ser del planeta, experimentos que certifican sigo instrucciones, ¡eso es todo!, para limpiar esa mente que sufre emocionalmente pero continúa actuando con ausencia de raciocinio individual, pues el sujeto desaparece ante el hábito de la masa, copia pautas y costumbres por semejanza y ansia de formar parte del colectivo y no ser excluido por ser la única respuesta contraria a todos.
Empieza con gran interés, capta tu atención inmediatamente con disposición, ánimo e interés a escuchar, reflexionar y participar de los resultados del estudio pero, se hace algo cansino hacia la mitad cuando repite desde diferentes matices y posturas lo mismo, sin aportación extra motivante; un estancamiento leve de decir más de lo mismo, de monotonía adormecida que no empaña la labor metódica y sobria en que se sirve el trabajo de tan importante profesor, que ha trascendido épocas.
Taryn Manning como titular de un trabajo de años de constancia y dedicación, con una serenidad y rigidez propia del análisis y observación que realiza, acompañado por una eficiente Winona Ryder, como compañera de vida y apoyo en sus firmes creencias.
¿Cómo fue posible el holocausto?, ¿que tanta gente siguiera, al dedillo, las instrucciones de otra persona sin razonar o dudar sobre el bien o mal de las mismas?; tema que obsesiona a este científico, de padres inmigrantes que a punto estuvieron de ir a un campo nazi, que trata de hallar el por qué de comportamientos autómatas donde no se siente ni asume la responsabilidad, se siguen órdenes, ¡eso es todo!
Biotopic que se centra en la investigación, no en las referencias biográficas del autor, subordinación ciega a estados totalitarios donde se invalidan las creencias, esa flexibilidad de una voluntad humana que puede ser reconducida con facilidad pasmosa; barbarie de actos que nunca admitiremos de llevar a cabo, que acaban haciéndose realidad en manos propias.
Su habla a cámara interroga e indaga en el interior de la audiencia, simpleza combinada de profesión y vida personal a un compás austero, pero exigente y contundente en su efecto de hacerte pensar sobre todo ello.
Ambiente retro para escenario teatral formado por proyecciones, sugestión colectiva mostrada de forma desapasionada, neutra y estéril que busca te concentres en el contenido; atraviesas momentos álgidos, con otros más reiterativos una vez observado y digerido el formato y lo descubierto aunque, en general, es atractiva al exponer los datos objetivos de Milgram y su famoso y discutible experimento.
“La vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero tiene que vivirse mirando hacia delante”, y aún así es complicado entender y descifrar el comportamiento humano. Michael Almereyda escribe y dirige un rígido y serio retrato.
Lo mejor; su contenida concisión al darle a conocer.
Lo peor; su reiteración de lo dicho, ya demostrado.
Nota 6,3