Confía en mi, dame tu mano.
Tan poética como sádica, tan agónica como lírica, un quentin tarantino surcoreano que hiela, estupefacta y paraliza por la crueldad, barbarie y encarnizamiento de unos seres humanos contra todo lo que se tercie, ya sea persona, codicia o voracidad intempestiva; un descontrolado precipicio, en caída libre hacia los infiernos más tórridos y detestables, cuyo barranco huele a pescado podrido de unas almas endemoniadas, que parecen esquivar el pensamiento de una razón lógica y sensible, con una facilidad espeluznante.
Con duda de inicio, pero sin escrúpulos de continuación, no deja de ser carne de contrabando en mal estado que nadie echará en falta, si se desmenuza y tira por la borda como alimento para peces marinos; la niebla como testigo silenciosa, suntuosa y mezquina de preparar las circunstancias y disponer el decorado para que empiece el festival del horror a mantel innecesario, pues la inmundicia y maldad de supervivencia y locura del hombre salen a flote en un barco dejado de la mano de dios y poseído vilmente por sus inquietantes y atroces tripulantes que, ya puestos, no tienen límite para la perversidad sanguinaria de salvar el cuello y, de paso, hacerse ricos.
Sencilla en sus pretensiones, inolvidable en su efecto, toda una épica tragedia que combina maravillosamente la aventura con el amor, el suspense con la acción, la violencia con el fanatismo, más esa lustrosa pizca de demencia de quien se halla a bordo y tiene remordimientos de conciencia, pues los muertos hablan y no se le van de la cabeza.
Animales sin corazón ni alma que actúan por codicia y desespero; es aberrante e hipnótica, letal y quijotesca, su encarnizada ferocidad va en aumento, desde unos mínimos inocentes, apenas palpables, a una explosión de muerte y sangre atroz, sin límites de desprecio y tortura, donde van cayendo una a una esas fichas de dominó traicionadas por su vileza, egoísmo y ambición desmedida.
Una inmensa sima de dolor, violencia y coraje se narran en este dramático y gélido relato de Shim Sung-bo, de abrumadora fotografía e intensas imágenes, arropadas por un guión deleznable que te va devorando con lentitud depravada, para arrojarte a un horrible paraíso donde la inhumanidad y su bestialismo son los comensales que lideran la mesa.
Te va a eclipsar, enmudecer y conmocionar, da igual tus preferencias de género y gusto, se apodera de tus sentidos y atrapa tu interés con atención inaudita en esa controlada aceleración gradual, de fuego abrasador, que únicamente se amansa cuando se llega a tierra, a una casa olvidada dado el horror y la brutalidad presenciadas.
Destructora en su incomodidad, magnética en su consumo, es un navío a la deriva sin control ni freno, que se estrella contra el iceberg de su despiadada esencia, para encomendarse a un naufragio de aturdimiento, despotismo y agresividad que, como magnífica ópera representada, llega a su súmmum cuando muere la gorda; y aquí, todos los acompañantes tiene crispación de sobra para teñir de rojo todo el obeso y notable mar de fondo que les rodea.
Artística paranoia de resistencia, fortaleza y del descubrimiento de la fuerza de ese david que todos llevamos dentro, para poder golpear, de frente y con certeza, a los goliats que sean necesarios para la salvación de la justicia e inocencia.
Simplemente observa y deja que te parta y hunda, aprisione y pulverice tu sensibilidad expuesta, sin prudencia, pero con acierto en su lanzamiento.
Marginación, pobreza y corrupción como ingredientes de un thriller psicológico, de una irónica comedia y de un romance floreciente para llegar a una acción angustiosa, toda una esquizofrenia.
Sea fog, niebla marina que nubla a sus marineros; cuando una idea es mala desde el principio, es imposible que pueda virar hacia buen destino.
Lo mejor; el poder hechizador de su progresivo oscurecimiento.
Lo peor; falta de mayor carisma y profundidad en los personajes.
Nota 6,3