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    Dumbo
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Dumbo

    Y mi dinero vi volar, sin aterrizar

    por Alberto Corona

    En términos estrictamente artísticos, es muy ingrato el foso en el que se está metiendo Disney con las versiones live action de sus clásicos. Dentro del apartado económico está claro que las cuentas le van saliendo, porque desde que la Casa del Ratón inauguró este festival revisionista en 1993, con De vuelta a casa, un viaje increíble (discreto remake de un largometraje de los sesenta que jamás intentó medirse con otros films más celebrados del estudio), la cosa, lejos de estancarse, ha ido sumando riesgo y voracidad. Hasta el punto de no limitarse a actualizar antiguos hits, sino también a adaptar su lenguaje y a ampararse en una enigmática filosofía que defiende que, cuanto más apegada a la realidad se revele la imagen, ésta será automáticamente mejor. De ahí la necesidad de pasar cada éxito animado por la maquinaria CGI de turno, y conseguir un acabado más y más fotorrealista que, paradójicamente, cada vez se vaya sintiendo menos humano. Menos de lo que nunca fue una sencilla silueta de tinta.

    Puede que este tipo de consideraciones se limiten a las más estrictas pataletas llorainfancias, pero merece mucho la pena regodearse en ellas, abrazarlas sin pudor, a la hora de valorar un producto tan extraño (e inevitable a un tiempo) como Dumbo. La versión anterior de esta historia fue producida por Walt Disney Productions en 1941 como forma de paliar el descalabro económico que había sido su tercer y ambiciosísimo film, Fantasia, y huelga decir que nada en ella se ofrecía susceptible a cambiar de formato, ni a que personas reales pudieran protagonizar un remedo de la historia. Si es que la película empezaba con un tren con cara sonriente que se pasaba el día silbando, por favor. Pero como Dumbo fue un éxito, se convirtió en un clásico intergeneracional, y buena parte de sus escenas pasaron a engrosar la cultura pop, pues había que intentarlo. Haciendo uso de efectos visuales de última generación, y recurriendo a un nombre que inspirara confianza, pues este título no era tan fácil de vender como un La bella y la bestia, o un El rey león. Se necesitaba a alguien con un cine de cierta personalidad, que aportara credibilidad a la vez que cierta lógica narrativa de por qué había llegado a ese proyecto. Aparte de por los millones de dólares de rigor, o por el estado comatoso en el que previsiblemente se hallara su carrera para aceptar meterse en ese pifostio.

    Tim Burton era el nombre perfecto. Ya sabéis, porque su cine siempre ha estado poblado por freaks, por seres de corazón de oro repudiados por la agreste sociedad, ¿y qué hay más freak que un elefante de orejas gigantescas que es capaz de volar al aspirar una pluma con la trompa? Decisiones como ésta nos permiten empezar a vislumbrar el porqué de esa ingratitud que mencionábamos antes: por mucha creatividad que traiga Burton de su mano, ¿qué puede aportar él a una historia tan delimitada, tan pendiente de ajustarse a unas rígidas expectativas tanto por parte del espectador nostálgico como de los números de taquilla? Si acaso, puede traerse a algunos de sus actores fetiche y favorecer reencuentros imposibles, como enfrentar a Batman (Michael Keaton) y al Pingüino (Danny DeVito) de Batman vuelve con los roles cambiados… pero poco más. Y aunque es cierto que Dumbo supone, junto con Maléfica, la revisión live action que más ha intentado separarse de su precedente a fuerza de enriquecer  el discurso y actualizarlo a las sensibilidades contemporáneas, el envoltorio sigue siendo asfixiante, y su aspecto más llamativo no logra ser el bienvenido mensaje animalista, sino ese esperpéntico circo lleno de animales digitales que no aguantan los primeros planos.

    Dado que además este simulacro de relevancia no parece proceder de una intención genuina, sino de lo escueto del film de 1941 —donde los seres humanos tenían una presencia testimonial—, el único interés que acaba deparando Dumbo es el ya habitual en estas propuestas de querer ver cómo han mutilado y despojado de vida las secuencias más recordadas. Con el añadido, claro, de que esa autoconsciencia que Disney lleva perfeccionando desde Encantada alcance aquí sus extremos más bizarros, colocando de villano a un empresario sin escrúpulos que quiere transformar el humilde circo inicial en un inmenso parque temático llamado Dreamland donde la atracción principal es ese elefante, y su figura comercializada en forma de muñecos y camisetas. Así de basta es la nueva película de Disney, y así de obscenamente demuestra que es capaz de rentabilizar cualquier cosa. Incluso su propio exorcismo.

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