La vida en las sombras
por Gerard CasauAfirma José Skaf, director de Vulcania, que su ópera prima no pretende enarbolar una lectura política. Sea esto una declaración sincera, o una táctica de despiste, hay ocasiones en que las imágenes se escapan a la intencionalidad de los autores. Y lo cierto es que una película de producción española (con participación internacional) ambientada en una comunidad cerrada y regida por un sistema autoritario que mantiene en las sombras de la inopia al pueblo proletario, siempre despertará el eco del águila de mal agüero y del caudillo pedregoso, conduciéndonos inevitablemente a leer en ella un mensaje. Por otro lado, nuestros ojos han visto ya demasiadas distopías, demasiados mundos felices y demasiadas pilas de libros ardiendo como para acercarnos a esta clase de relato con una mirada inocente, y ver en ellos una simple historia de ficción.
Vulcania recorre, pues, un camino trillado hasta la pereza. Pero es justo señalar que lo hace con paso noble, sin histrionismos ni pretensiones de situarse por delante de un espectador que, muy probablemente, se anticipará sin problemas a cada uno de los giros que puntean la trama. Su gozo está, ante todo, en construir un mundo-burbuja anacrónico, y una comunidad feliz en su vida amurallada. En ese sentido, la película hace honor a uno de los principios básicos de toda obra de género, optimizando los recursos de un presupuesto ajustado: el diseño de producción, a cargo de Roger Bellés, visualiza un escenario a la vez extraño y familiar; un reflejo edificado sobre el recuerdo de aquellas colonias que, en el siglo XIX, construyeron el tejido industrial en Cataluña.
Sin embargo, estos esfuerzos topan con la excesivamente modosa puesta en escena de Skaf. En ocasiones, el cineasta ahoga toda posibilidad climática (véase la emborronada escena del accidente en la fábrica, o la revelación del enfermizo vinculo familiar entre dos personajes) y, no logra dar suficiente carne para que mastique el reparto, que saca adelante los personajes a base de puro oficio. En cierto modo, se diría que a sus ojos les falta convicción para contemplar la ficción que han creado, como si les faltara el trazo maravilloso e ilusionado de uno de los objetos centrales de Vulcania, ese libro que, con candidez, dibuja y describe las bondades y características de una lejana ciudad que, en la mente de los personajes, se aparece como un lugar fantástico.
Así, volvemos al primer punto: Vulcania funciona por la inercia de una parábola mil veces contada, que nos lleva de la mano a los símbolos que residen en el sustrato del film, hasta el punto de hacernos ignorar las situaciones y los personajes que hay en la superficie.
A favor: su esfuerzo por hacer verosímil un mundo de ficción plagado de tópicos.
En contra: es innegable que la película presenta cierta anemia de carisma.