Una demostración de poder, de tensas y cortantes apariencias de quien se siente agraviado, por un compromiso no requerido, roto en mil pedazos.
Hay películas que van a determinar qué clase de público eres, lo quieras o no, aunque lo que revelen no te guste es definición legítima y veraz de lo que tu cuerpo, razón y sentimientos han vivido durante la proyección de la misma y, "Alma negra" -un título mucho más clarividente que el traducido- es un ejemplo perfecto de ello pues, tras admitir la fantástica ambientación, recreación dura y áspera de interpretaciones solemnes y frías, hermetismo tirante de enorme sobriedad que se desenvuelve con la lentitud del profundo respirar en cada escena, pausa armoniosa que camina con paso seguro, congelada calidez que devora un espíritu quebrado e irradia la eterna espera de quien no desespera, en un tiempo muerto, hasta el momento apropiado..., puede que descubras que, ante tanta aplaudida técnica, eres de los que acabó bostezando, de forma inevitable, por una pesadez autónoma que quiere vincularse al relato pero a quien vence el cansancio ya que, el desapego y la desgana hicieron su aparición sin pedir permiso, sin avisar y golpeando con rotundidad.
Porque, sabes que estás ante un argumento gélido y calculador de las emociones, rencillas, cuentas pendientes de una mafia italiana para consigo mismo porque aquí, el debate y juego acusador, de memoria pasada no resuelta, tiene que ver con la propia familia, no con terceros que sólo son peones que encienden la mecha de una bomba de fabricación casera, largo tiempo en espera, para explotar; mina antipersona de un hermano mayor cabrero que nada quiera saber de la herencia patriarcal, un racional hermano segundo que obtiene los beneficios del negocio de padre y, un último hermano, el peligroso benjamín de la casa, con pájaros en la cabeza, floja la mano que sujeta el arma y mucho espíritu a lo John Wayne todo barruntado por un nuevo candidato, joven sobrino que se acelera con facilidad y actua sin pensar ni calcular los costes que pondrá en marcha, sin pretenderlo, la máquinaria de una cuenta atrás para estallido final.
Su visión es austera, rígida y seca, mucha seriedad y protocolo para poca acción de escaso movimiento, pocas palabras en un guión de gran desdén y menosprecio, gotas del espíritu de un clan que son desvelados a través del no solicitado encuentro, inesperado asesinato, sentida muerta, formal entierro y rezo de acompañamiento para un ceremonioso, digno y santo proceder fúnebre al tiempo que se negocia y discute el dónde, cuándo y cómo de la vendetta y, esperando tal decisión, aparece el primer ataque imprevisto que te lleva a distraer la mente y la mirada de la pantalla para volver, obligado por tu empeño y fuerza de voluntad pero donde, inexorablemente, tienes que admitir que has perdido interés, que tu atención a sucumbido a la fatiga visual y desaliento mental y que, la querida motivación, que hace acto de presencia, se escapa sin pedir permiso por la salida de emergencia, puerta trasera que no deseas tomar pero, la verdad, un poco te estás aburriendo; es definitivo, la desidia y desinterés han tomado el mando y poco más se puede hacer.
Francesco Munzi realiza un trabajo exhaustivo y concienzudo por el interior del alma negra de esta parentela cuyo honor ha sido retado y su dominio terrenal puesto a prueba, luto severo en una procesión lenta donde priman las formas y tradiciones de un saber estar con elegancia, comportarse con rigor, respeto por el dolor y a la espera de esa orden, mandato que inicie la revuelta, guerra/venganza que sorprende por quien la encabeza y sufre pero, para entonces, los suspiros que ha padecido tu alma tienen el efecto de contar ovejas y producir una somnolencia y desánimo por lo narrado que, aunque no quieras admitirlo, definirán qué clase de público eres y, aunque hubieras anhelado apreciar con consistencia lo visionado, disfrute más contundente de la amargura contenida, de la pasión controlada, de la hostilidad no manifestada, de la rabia nunca desmadrada..., ¿has bostezado?, entonces, ¡bienvenido!, yo soy de esas; delito imperdonable dada la categoría de la escenificación, performance, actuación, dirección, fotografía pero..., en esta ocasión, ¡bostecé!, yo soy de esas.