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    Tribunal
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Tribunal

    Juicio a las alcantarillas del sistema

    por Daniel de Partearroyo

    El siempre delicado subgénero del cine de tribunales, habitual campo de siembra para somnolientos telefilmes estadounidenses de sobremesa procedentes de la última década del siglo XX, en los últimos años nos ha brindado la posibilidad de viajar por distintos sistemas judiciales del planeta con películas de una precisión y elaboración tan intrépidas como atrayentes. Lo mejor es cómo estas películas han utilizado el marco de un pleito legal particular para iluminar matizadas radiografías de sus sociedades y enunciar elocuentes críticas de la injusticia legalmente institucionalizada. De las dificultades de una mujer para divorciarse en Irán en Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011) e Israel en Gett: El divorcio de Viviane Amsalen (Ronit Elkabetz & Shiomi Elkabetz, 2014) pasamos en Tribunal a un juicio en La India contra la supuesta incitación al suicidio de la que se acusa a un cantautor por la letra de una de sus canciones.

    El joven Chaitanya Tamhane plantea el que es su primer largometraje con un gran sentido de la puesta en escena y la composición de planos fijos donde nunca falta el movimiento de varios elementos dinámicos dentro de encuadres pictóricos, pero sin grandilocuencia. La quietud de las secuencias, en su mayor parte tomas alejadas o planos medios que nunca se acercan demasiado al rostro de los personajes, manteniendo una distancia cercana a la entomología, permite seguir el proceso judicial en todo su agotador tedio burocrático, con vistas aplazadas, fianzas denegadas, interrogatorios absurdos, jueces con ganas de acabar, fiscales con ganas de figurar y abogados con ganas de encontrarle un sentido a la vida. Un fresco social, un retrato humano coral por el que la cámara de Tamhane va picoteando sus instantáneas con la perseverancia de un mosquito que sigue a casa a uno de los protagonistas del juicio tras la jornada laboral, nos enseña su rutina y lo abandona al día siguiente para acompañar a otro de los implicados.

    El silencio también es uno de los principales elementos expresivos de Tribunal. Los largos parlamentos del juicio contrastan con la intimidad solitaria de los personajes, que pasan la mayor parte del tiempo en silencio. Silencio, en realidad, siempre relativo al tratarse de una película ambientada en Bombay. Una Bombay actual, urbanita y moderna pero con evidentes estructuras de desigualdad, xenofobia, sexismo y ese peliagudo asunto de la persistente práctica del sistema de castas. Una Bombay donde la clase media acomodada puede escuchar jazz en el coche y llevar shorts a un local de copas para ver la actuación de una cantante brasileña mientras convive con bolsas de pobreza, hacinamiento, analfabetismo y fundamentalismo religioso.

    El absurdo de la realidad está bien presente en toda la exposición del pleito, en la línea de otras películas recientes que han mostrado de frente las alarmantes fisuras de sistema sociales paquidérmicos y esclerotizados en su propia corrupción —dos imprescindibles: La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu, 2005) sobre el sistema sanitario en Rumanía y Durak (Yuriy Bykov, 2014) sobre el reparto del poder local en Rusia—. Tribunal podría ser leída desde nuestras occidentales retinas demócratas como una sátira sobre la inseguridad jurídica y la maleabilidad de la libertad de expresión, pero resulta que tras su paso por el Festival de Venecia en 2014 ha llegado a los cines españoles ahora, pocas semanas después de que unos titiriteros fueran detenidos y encarcelados por el contenido satírico de su obra de ficción. A veces, los renglones torcidos de la distribución escriben recto.

    A favor: La pulcritud de la puesta en escena y su implacable constancia.

    En contra: La pausa y distanciamiento observacionales pueden hastiar a según qué espectadores; como cualquier juicio real.

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