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    Dos metros de esta tierra
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Dos metros de esta tierra

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    por Israel Paredes

    Empezar por el final. Dos metros de esta tierra, ópera prima de Ahmad Natche, se cierra con un magnífico travelling que desde la tumba del poeta palestino Mahmoud Darwish recorre una vista panorámica de la ciudad de Ramallah mientras dos jóvenes, que acaban de visitar la tumba mientras uno de ellos ha recitado el poema del que el director ha extraído el título de la película, se marchan corriendo para seguir con los ensayos del festival de música que se celebrará poco después. Ese movimiento de cámara llama poderosamente la atención porque se trata del único en toda la película.

    Ahora,al inicio. Dos metros de esta tierra comienza con un montaje fotográfico de imágenes de soldados palestinos en blanco y negro. Sobre ellas escuchamos las voces de un hombre y de una mujer que comentan cada fotografía. Están buscando la idónea para abrir un programa televisivo. Ella es una periodista francesa y no puede ocultar su mirada occidental, mientras que él, palestino, matiza cada imagen, comenta, explica o contextualiza. No encuentran en ninguna de ellas esa esencia que persiguen y que pueda resumir aquello que están buscando. Casi todas las imágenes, sino todas, poseen algún componente militar que nos remiten al conflicto. Son fotografías que, se conozcan o no, poseen un componente iconológico o iconográfico fácilmente discernible.

    Tras dicha exposición, Natche nos introduce en el preparatorio de un festival de música en Ramallah. La cámara se detiene en periodistas, voluntarios, músicos, artistas: al igual que la sucesión de imágenes del comienzo, Natche lleva a cabo otra forma de sucesión visual de corte retratista, en este caso cinematográfica, al ir desarrollando una sucesión de rostros, cuerpos y miradas diferentes, entregando al espectador una realidad “diferente” a la que estamos acostumbrados sobre el pueblo palestino. El contraste con las primeras imágenes, es enorme. Pero Natche no busca anular unas con las otras, sino crear una dialéctica entre ellas completándose. Los “personajes” que transitan frente a la cámara pueden ser entrevistados, hablar a la cámara, actuar, cantar o pasar accidentalmente... diferentes actividades alrededor del festival que, además de hacernos partícipes de su organización, nos sitúa frente a un grupo humano activo y cultural. Nunca veremos a los espectadores del festival, a Natche no le interesa tanto su ejecución como aquello que reside en la trastienda. El trabajo de cada uno de los participantes por poner en marcha el evento.

    Natche logra con Dos metros de esta tierra entregar un documental político. Y lo hace despojando a éste de toda instrumentalización o dogmatismo, adentrándose en una realidad en la que el conflicto, aparentemente, queda fuera, pues surge en determinados momento de manera sutil o directa. Natche se propone mostrar otra cara de un pueblo constatando que su carácter identitario y su realidad es algo muy complejo. Y se acerca a él no con el propósito de crear un gran relato, sino de construir uno sencillo a partir del cual poder extraer conclusiones mucho más amplias. Su ambición consiste en que cada persona que vemos en pantalla sea un individuo, una personalidad propia, un componente más de un pueblo que, en ocasiones, se tiende a unificar de manera general, obviando que la identidad social no se construye de manera global, o no se debería, sino a través de todos y cada uno de sus agentes. Acostumbrados a una imágenes de Palestina francamente estandarizadas, Dos metros de esta tierra nos acerca otra realidad de la que no suele hablarse.

    De ahí que Natche opte por un tono observacional, casi documental, mediante un estilo en el que destaca el carácter geométrico de los encuadres y su cuidado. La cámara se posiciona frente a los personajes como un observador más, sin intervenir, aunque resulta evidente que Natche no ha elegido al azar la posición de la cámara. A pesar de que en apariencia no hay un centro narrativo, salvo la propia organización del evento musical, lo cierto es que Natche va creando la acción mediante la intervención de esos personajes que interactúan entre sí, que ensayan en el escenario, que colocan unas simples sillas, que entrevistan a los participantes. Algunas influencias de Natche pueden ser evidentes, sin embargo, lo llamativo es que consigue trabajarlas para hacerlas suyas y crear un discurso propio.

    Regresando al principio y al final. Al igual que los dos personajes del comienzo, Natche busca una imagen. Más bien las va creando. Sabe que una sola no es suficiente para dar una idea general. Puede ayudar, puede ser lo suficientemente sugerente, pero nunca será la imagen total. Él busca la suya con Dos metros de esta tierra y lo que consigue son múltiples. Pero quizá ese barrido final con la cámara, por ser único en la película, por el significado que esconde, tanto independientemente como en relación con aquello que acabamos de escuchar, se nos antoja que puede que no sea esa imagen que Natche busca, pero sí que posee una enorme potencia en aquello que sugiere. Y denota que el director es consciente del poder de las imágenes, de ahí la necesidad de seguir creando nuevas para crear una realidad mucho más amplia y compleja.

    Lo mejor: El riesgo de la propuesta, el hablar de Palestina desde una postura diferente y que una película así haya conseguido estrenarse en nuestras salas.

    Lo peor: A pesar de no ser una película “complicada”, es posible que desde fuera se vea así.

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