"Cuatro cosas preparan a un niño, la familia, la escuela, el rigor y el cariño; antes sabía para qué preparaba a un niño, ahora sólo se para lo que no lo preparo"
La estructura es harto conocida, muchas veces vista en pantalla, películas americanas que bordan este tema..., unas cuantas -¿quién no recuerda la bella Michel Pfeiffer en "Mentes peligrosas"?-, otras muchas..., copias baratas; aquí el alumno héroe, que tiene que luchar con la rigidez y crueldad de una existencia dura, agónica y opresiva que le pone a prueba cada día y la maestra vocacional que vive por y para sus alumnos, entrega incondicional al precio que sea, se sitúa en la singular y única Cuba, tierra hermosa y hermética, aferrada a una burocracia y normativa gubernamental -seamos suaves y ¡dejémoslo ahí!- que deja poco margen para la maniobra personal e inspiración subjetiva y que complica mucho la labor de ayuda, crianza y educación de estos peculiares chavales a quien la existencia no se lo pone fácil, de ninguna manera, y que siguen de pie a pesar de los golpes que reciben y que subsisten como pueden, al tiempo que encuentran pequeños rincones escondidos, de mínima felicidad, donde obtener cariño, abrazos y alegría que se cuidan como verdaderos tesoros a proteger y que logran mantener la ilusión y esperanza en esos excesivos ratos de desaire y tormenta, de lluvia ácida que no hace sino empeorar, el ya de por sí, calor asfixiante e insoportable.
Con la interesante fotografía de la realidad cubana, deliciosa exposición de su día a día, convivencia y condiciones de entendimiento, o no, observamos el andar de Chala, un muchacho demasiado espabilado que ha crecido sólo y abandonado de amor y ternura, al poseer una madre drogadicta y un padre desconocido, que se defiende en las calles mientras, al tiempo, es el hombre de la casa que trae el dinero y sustento, adulto obligado que sabe protegerse y luchar por lo suyo, pillo y astuto, zorro avispado que conoce al dedillo la ley de las calles y como ser jefe y patrón en ellas, magnífico descubrimiento de Armando Valdés Freyre que refleja la soledad, necesidad, rebeldía, rabia y desesperación con una inocencia y naturalidad que cautivan y enamoran, intensidad que enternece al son que atrapa acompañado por esa maravillosa consejera incansable que no se achanta ante los mandamases o reveses de su salud por proteger y guiar a sus niños, la preocupación, devoción y afecto de una madre adoptiva que les intenta llevar por la senda adecuada que evite castigos innecesarios y consecuencias dolorosas por la mala suerte del destino y una injusta lotería natural que ya se lo pone harto difícil, espléndida Alina Rodríguez, cándida y soberbia, como representante del buen hacer, del coraje instintivo de su gremio, todo ello envuelto en las circunstancias propias de la específica región que convierten, a este relato, en una historia familiar, humana, sensible de andadura tensa, de delicada aflicción donde es imposible, en ocasiones, no compartir su sufrimiento y donde, la mínima sonrisa acaecida en el rostro de este joven Hércules, es pronto borrada por la nueva bofetada, inesperadamente recibida, un toma y daca continuo que te mantiene en un padecer y resistir que seduce con facilidad y al que sigues con gusto aunque conozcas, de antemano, el camino y desenlace que espera a su final.
Con sus puntos irrespirables y sus momentos sentimentales, conmueve suficiente para apreciarla sin pasarse, quererla suavemente sin grandes achaques coronarios que alienten el posible colpaso del sensible corazón, invita a la reflexión, ofrece las oportunas dosis de tristeza, pena, egoísmo y abuso, tantas otras como de compañerismo, amistad, lealtad y orgullo, muestra coherente de gran crédito que combina la loable supervivencia de quien cree en si mismo, tiene principios y valentía osada de llevarlos adelante con el peligro incesante de quien nace sin cobijo, sin pan bajo el brazo y vive en perpetua confrontación e incertidumbre por conseguir aquello que necesita.
Respeto y admiración por la gustativa veracidad lograda por Ernesto Daranas donde el lenguaje cerrado, obtuso y deforme de la calle es un tropiezo para tus oídos pero un ostensible placer para el alma si quieres dejarte envolver y abarcar por su cultura e ilustración, virtud exquisita que es su mayor logro y don, esa exclusividad de la tierra, de la ciudad, del barrio, escuela de conducta siempre al acecho de castigo o reforma, con pocas caricias, cuya costumbrista conducción es peliagudo combate, de constancia inagotable, que aporta escasas recompensas, característica de la maravillosa localización que la destaca y encumbra del resto pues, la historia en sí y su desarrollo no sobresale de la norma establecida para estos relatos.
La involucración y emociones del personal van de menos a más, como es pertinente, espera de tiempos controlados que aumenta sus decibelios de martirio, desconsuelo y pena hasta la llegada de la esperada explosión y posterior calma, que ni lo rompe todo ni lo acaba de arreglar, sólo sobrevive a un nuevo episodio de ferocidad y resistencia de quien nunca desfallece ante las pruebas, siempre palo alto de enorme voluntad y entereza, infancia perdida, niñez no disfrutada, juventud atropellada, adolescencia peleona, un superar los baches con ayuda exigua aunque, de calidad suprema, que emociona lo previsto, entuasiasma lo acordado, enternece lo justo, altera lo estipulado.
Pacto convenido para un argumento severo que entretiene con armonía e inquieta con medida, delicia ya tastada en otras ocasiones que vuelve a encandilar, una vez más, al envolver con lentitud pero consistencia, atención y dedicación en su logrado ascenso gradual a una mejor y mayor recepción afectiva que se respeta y estima como el que más..., una estupenda alianza beneficiosa para ambas partes, tú satisfecho/ellos trabajo bien hecho.