Creas o no, hasta el final que te quedas.
No sabes si es lo que esperas, lo que querías y pretendías al elegirla, confusión atónita que no deja de indicar que has estado atenta a sus idas y venidas, a sus vueltas de noria donde, en todo momento la pregunta ¿le crees?, es algo que ronda tu cabeza, estímulo incesante que no acepta la explicación ofertada, para conformarse dados los indicios y retomar una postura inquietante y asombrosa, dado el descubrimiento y desenlace de los hechos.
La incredulidad del inicio, la angustia de la situación, el desquicio de lo habido, la devastación de lo conformado, la habitualidad de la rutina, la extrañeza de lo hallado, las sospechas de las mentiras, el estupefacto impacto, la barbarie de lo presenciado, la fuerza de la supervivencia, el coraje del intento y la lucha por buscar una salida, cantidad enorme de sensaciones que van cambiando según la situación y dinámica, volviendo loco a ese pensamiento que no cree, bueno, puede que si, ¡ves como era que no!, ¿entonces era que sí?, para un remate que succiona y destroza toda la perplejidad y sorpresa que has ido acumulando.
El despertar de la situación nueva no crea gran pánico, la asimilación de la información suena a incredulidad para unos oídos escépticos que desconfían, pruebas físicas certifican a los ojos la probabilidad de lo expuesto, aunque la razón sigue alarmada y recelosa, desazón anímico que se cerciora transformando la tranquilidad en tensas huidas a la desesperada, para ese colofón que ya destruye toda la anterior seguida.
Dan Trachtenberg presenta un escrito sencillo, al tiempo que enrevesado, sobre la veracidad o falacia de lo narrado, con un John Goodman magnífico en su papel de ángel salvador al tiempo que demonio carcelario; sin sentir una gran pasión o inquietud permaneces atenta a la pantalla, sin lograr un gran suspense o misterio te interrogas por su atmósfera.
Te envuelve sin apenas darte cuenta, te sugestiona a pesar de la nimiedad que validas estar observando, un argumento de giros continuos que trata de enredar al espectador en su ignorancia y que, sin acabar de aplaudir o abrazar con sobresalto lo que expone o narra, llegas hasta el final afectada por cuál será la respuesta a tanto marear la perdiz, sin enorme nervio o turbación, pero queriendo comprobar qué trae el escrito en su página siguiente.
No sobresalta ni desasosiega en exceso pero la consumes entera, con ese rostro desconfiado de su avance donde, poco a poco, vas haciéndote con ella, una evolución a más que no culmina en agitación emocionada pero ¡ahí que estás inquisitiva mirando!
Una estupenda banda sonora como acompañamiento, claustrofóbico escenario de base y la suposición de lo que hay dentro y fuera, jugar a verdad o mentira, bendición o castigo mientras se ofrecen datos que van liando la posible respuesta; un teatral mantel bien servido que no bulle efervescencia angustiosa, aunque posee el don de atrapar tu curioseo por saber hacia dónde vira y qué opción finalmente elige, termino en el cual ya se le va la mano y cambiamos completamente de ruta.
Entretiene con soltura, sobre la marcha cambias tu opinión sobre ella, lenta en sus claros y oscuros nunca se pierde la conexión, el interés permanece, explota la ambigüedad para tensar la cuerda del suspense, aunque su habilidad no es muy certera; verdad es que te intriga saber por dónde saldrá/falso es que sea angustiosa y deslumbrante en su pánico, más bien son golpes estratégicos de preguntas sin respuesta, para llegar a esa sabiduría conclusiva que ¡ya es la repera!
Calla Cloverfield 10, habitáculo creado para sobrevivir a un ataque externo, que no a un cataclismo interno aunque, tan diminuta estancia tenía una bonita cortina de baño, ¡fíjate y observa!
No es revolucionaria, ni impactante, es un pasatiempo psicológico cuyo thriller abre cotilleo, ese natural espionaje por saber del mismo sin sentir gran escozor durante su trayecto; aunque, mirar, nunca dejas de hacerlo.
Lo mejor; un fantástico John Goodman que logra no le pierdas de vista.
Lo peor; el agujero en el que termina.
Nota 6,2