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    La doncella (The Handmaiden)
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    La doncella (The Handmaiden)

    Sumisión y venganza

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Hay algo hitchcockiano en el arranque de La doncella, la última (y gran) película del surcoreano Park Chan-wook. A diferencia de la secuencia inaugural de Rebeca (1940), un filme con el que comparte algo más que pasión por la ambientación gótica, aquí no es un largo travelling inducido por el personaje de Joan Fontaine el que nos conduce a la gran mansión protagonista, sino el deseo de una joven por adentrarse en los misterios que esconde (y que podría hacer suyos) un caserón único en la Corea de la década de los 30, una edificación espléndida que combina la arquitectura británica victoriana con la del Japón clásico. De hecho, el material original en el que se basa Park Chan-wook proviene de la novela gótica Fingersmith, de la británica Sarah Waters, aunque el cineasta ha trasladado la trama de la Inglaterra victoriana a la Corea de entreguerras para sumar cuestiones de estatus y de política a una historia cimentada en las relaciones de poder y de engaños (sexuales) ya de por sí compleja. Porque, como en ese filme de Alfred Hitchcock, en La doncella también encontramos a una mujer misteriosa atormentada y a un tirano barba-azul que la somete, aunque, como era de esperar en una película de Park Chan-wook, la marca cinematográfica del cineasta se despliega en mil y una sorpresas que conviene no contar en ésta (ni en ninguna otra) crítica.

    Todo arranca, así pues, con la llegada de Sookee, contratada como criada de Hideko, una rica mujer japonesa que vive recluida en la mansión bajo la influencia de su tío, bibliófilo y tirano. Sookee, no obstante y como se desvela al poco de comenzar la película, ha planeado robar la abundante herencia de la rica muchacha con la ayuda de un estafador que se hace pasar por un conde japonés. Tres personajes unidos por una maraña de ambición y deseo cuyos puntos de vista conforman el tríptico en el que está estructurado una historia que se trenza y se destrenza con una precisión asombrosa. En las cintas de Park Chan-wook son habituales los retruécanos narrativos, pero en La doncella cada uno de los giros y los secretos revelados enriquecen una propuesta que no escatima en majestuosidad, ni en términos de relato ni en términos de imagen. Igual de estilosos son los movimientos de cámara del trabajo, a cargo de Chung Chung-Hoon, habitual de Park, como el irónico sentido del humor que impregna la historia.

    En este punto, es importante detenerse en las críticas a la película por ejercer de fantasía sexual masculina, especialmente en los tramos que escenifican los actos sexuales; que, al contrario de algunos ataques, a juicio de esta crítica funcionan como escenas en la que se hilvanan los lazos entre los principales personajes de la historia. El episodio central de La doncella da todavía más claves al respecto. Se trata de una larga secuencia, sin desnudos, pero altamente pornográfica (pornografía escrita por hombres para ser consumida por hombres), protagonizada por Hideko, con el presunto conde como secundario y/o espectador, en la que Park incide en ella como un personaje objetizado en calidad de muñeca sexual; una secuencia que tiene su correspondencia con otra antitética, donde queda invalidada la abundante pornografía de la escena a la que se opone. De hecho, Park insiste con profusión en plasmar esos contrastes entre los puntos de vista de los personajes y es precisamente en el elegante vaivén de versiones, sostenido en unas elipsis que merecen ser estudiadas con detenimiento, cuando la película descubre su poderoso ingenio y sus intenciones. Porque La doncella es una película de miradas (ejercidas o permitidas) entre uno y otro personaje; un filme que modula la cuestión de cómo ser capaz de dominar el flujo de miradas y, a la postre, que se ríe de la poca destreza de la mirada masculina a la hora de pensar la sexualidad de la mujer.

    A favor: Su perversión, sus protagonistas, su tempo, sus trucos narrativos. Es una gozada.

    En contra: Que algunas lecturas de género no sepan apreciar el tuétano de su mensaje.

     

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