Esta historia que dirige Kenneth Lonergan, también está escrita por él y me imagino que guionizada, y ambas cosas las hace muy bien pero no habían pasado ni quince minutos de proyección cuando el nombre de John Cheever me vino a la mente. Toda la historia respira el aliento del maestro y no es algo negativo para el cineasta. Sobre todo porque la historia rodada no tiene que envidiar nada a los cuentos de Cheever. Al revés. Creo que al escritor estadounidense no le hubiera importado firmarla.
El ambiente de nevisca, marcadamente invernal en unos momentos, tímidamente primaveral en otros es el ambiente de muchas historias de Cheever. La vida de una comunidad al borde del mar. Los personajes, afligidos, desesperadamente humanos, pasmados por los aconteceres. El enfrentamiento entre la muerte, siempre inesperada, aniquiladora, y la vida que a pesar de todo sigue floreciendo, todo me recuerda a Cheever. Hasta aparece el alcoholismo, ingrediente no ajeno a las historias de Cheever. Claro que éste es un ingrediente de la literatura americana como los ajos en la restauración española. Un fijo. De todas formas más de un libro suyo debe haber leído Kenneth Lonergan.
Lo que hace este director con acierto tremendo y que nunca hizo Cheever ha sido poner esta historia en imágenes.
La historia de cómo un paraíso se puede volver para alguien un infierno. Un infierno del que puedes alejarte pero no huir. Porque casi siempre los lugares, las personas son ecos que nos devuelven el infierno que llevamos dentro y alejándolos sólo conseguimos paliar las voces que parecen perderse en otros paisajes, en otras personas pero que indefectiblemente sólo hibernan, esperando para volver a la superficie.
Que es lo que le pasa a un impresionante Casey Affleck cuando tiene que volver a su pueblo natal a raíz de la muerte súbita de su hermano mayor y hacerse cargo de su sobrino adolescente. Primero le vemos muerto en vida, haciendo cualquier cosa y buscando aniquilarse a cada momento y después le vemos arrastrado por la circunstancias, de vuelta a su tortura, intentando escapar a cada momento, ineficaz toda ayuda posible, hasta por fin rendirse y encontrar no una salida, porque no la hay, pero al menos un lenitivo.
Me puso la piel de gallina la escena entre él y su exmujer, literalmente.
Los golpes de humor muy bien encajados y sólo un pero. Y es un pero para casi toda la cinematografía norteamericana, ¿Es que no hay personas feas en Estados Unidos? Todos los actores son guapos y no digamos las actrices.
Pero es tan intensa y tan tremenda la historia que habrá que perdonarle este pequeño pero habitual fallo del cine americano.
Una película imprescindible sobre el sentimiento de culpa.
Ha habido Oscar para Casey Affleck porque otra cosa hubiera sido que el jurado hiciera el ridículo. Obviando a Michelle Williams y el de mejor película, lo rozan.