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    Ocho apellidos catalanes
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Ocho apellidos catalanes

    Mi gran boda catalana

    por Suso Aira

    Confieso que no me gustó nada Ocho apellidos vascos, aunque ahora parece que eso le pasaba a todo el mundo, esa minoría que no la convirtió en la película española más taquillera de toda la historia. Lo de verdad arriesgado y outsider era decir en aquellos días de Mediaset sacando pecho y de cifras en taquilla alucinantes que esa comedieta no tenía la más mínima gracia, que estaba rodada de una manera desganada y que parecía una mera sucesión de descartes de chistes rechazados para sketches televisivos de Vaya semanita o de alguna sitcom Globomedia. Por eso, ahora que se estrena la secuela (en una comprensible, plausible pero algo precipitada operación de rentabilidad y olfato comercial) y que ya ha aumentado el número de personas (y no sólo hablo de esos malvados sin apellido que son los críticos) que van a ir a degüello contra ella, voy a hacer otra confesión: me gusta mucho más esta continuación.

    No, no es una buena película Ocho apellidos catalanes: sigue estando muy mal dirigida (algún día Emilio Martínez Lázaro nos aclarará si se abandonó a la improvisación general o si simplemente se quedó dormido en su silla de director tras una calçotada), se desaprovechan muy buenas ideas y personajes secundarios, Dani Rovira sigue siendo un problema enorme (de verdad, no sé qué le habéis visto a este chico) y hay algún imperdonable instante de cutrez técnica (el chroma chapucero en la escena de los castellers) que hasta se contagia a una banda sonora por la cual Roque Baños debería pedir perdón públicamente.

    Sin embargo, sí que veo en esta continuación un guión más trabajado y una voluntad ya expresa de potenciar a otros personajes, comenzando por el de Karra Elejalde (el verdadero rey de la función) y por el nuevo que encarna, y muy bien, Berto Romero. Que la acción se (casi) circunscriba al evento nupcial, con esas localizaciones casi únicas y únicas también en el manual de la comedia cinematográfica (la plaza del pueblo y la masía) es un acierto. Borja Cobeaga y Diego san José pueden desarrollar en esas escenas dignas de vodevil (los escarceos nocturnos en la residencia de Rosa maría Sardà, que muchos dicen que está bien, pero personalmente la encuentro muy pasota y con el piloto automático puesto) su cariño por el enredo visual. Y con ese hipster de medio pelo, no en la barba, claro, que encarna Berto Romero, dar rienda suelta al gracejo que la pareja de guionistas tiene para el diálogo cachondo y con segundas. Me gusta, pues, ese tono berlanguiano y de Blake Edwards que han imprimido, desde el guión, a la secuela, pero todo esto no se puede llevar a cabo con una dirección arrítmica y muy ausente. Es una pena, porque Ocho apellidos catalanes es infinitamente mejor que su precedente, pero ha tenido la desgracia de que su director no se la tome en serio y que su pareja protagonista(especialmente el monologuista reconvertido en monologuista que hace cine) siga siendo una rémora. A ver si a la tercera va la vencida y esos Ocho apellidos gallegos (el personaje de Belén Cuesta ya lo apunta) dan en la diana, y no sólo la comercial. Aquí tienen a uno, un gallego, con la esperanza de ello.

    A favor: Berto Romero y un guión más elaborado.

    En contra: no hay director y sí mucha mala improvisación.

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