Un juez firme, a la espera de sentencia.
Empiezas sabiendo de un juez, para conocer un juicio y acabar descubriendo el amor reencontrado en un tribunal, diferentes giros en una jugada a tres bandas, que pretende conectar las carambolas en plano único y seguido de estímulo interesante.
Y hace un buen trabajo, sobrio, digno y cercano, fundamentalmente gracias a la naturalidad y comodidad de sus dos actores principales, unos excelentes y deliciosos Fabrice Luchini y Sidse Babett Knudsen, quienes comparten una afinidad e intimidad presencial que enamora y sonroja, seduce y alecciona a seguir indagando sobre ellos.
Pero, he ahí que pierde fuerza y rumbo, coraje y marcado pues se limita a presentar e instruir vagamente sobre los hechos y sus personajes, insinuando y contando tenuemente para que sea el espectador quien rellene y configure la historia, pero dejando claros y huecos importantes.
Y esa es la partida, la estratagema que usa Christian Vincent para exponer sus vidas y relato, no aclarar la verdad, no ofrecer seguridad de andadura y conocimiento, sino pretender que sea la concurrencia quien resuelva, con ese desenvolver a través de la información aportada, cómo tuvieron lugar éstos y cuál es la resolución que nos dictan los mismos, a partir del olfato y perspicacia de cada uno.
Pues como ilustra el mismo juez, al atento y confundido jurado, “el principio de la justicia no es sacar a la luz la verdad”, mandamiento que también se impone en las relaciones humanas donde se avanza a tientas, con el riesgo de lo poco abonado/de lo ínfimo descubierto, esperando una conclusión benefactora y complaciente a los intereses del afectado, donde impera ese temeroso mar de dudas que surge cuando se ama a alguien y se está en fase reciente de conocer a la persona, magnificada y ensalzada a maravilla hermosa por los escasos datos recolectados, sin estar seguros de la realidad de los mismos, pues hay mucha ensoñación sugestiva involucrada de nuestra parte.
Todo ello deja un relato cándido, veraz y amable que no profundiza enormemente en la razón de la audiencia, pues ésta queda como vidente esquiva que sabe pero no ratifica, intuye pero no cerciora, gusta pero echa de menos mayor calado y remate en los tres puntos enfocados.
Desconcierto grato no confirmado, que distrae tu mirada y mente hacia donde le apetece, según surja, para tener un poco de todo pero nada sólido en conjunto, puertas abiertas para un juicio que maneja la habilidad del despiste, la ausencia de datos y la veracidad del procedimiento judicial a su antojo para exponer la labor de un juez, la obligación de un jurado, la incertidumbre de un juicio, la sorpresa de un hallazgo, la ilusión de un recordatorio, la posibilidad de un mañana, con esa sutileza que permite enterarse y participar pero no saborear ni regodearse en el mismo.
Humanidad, indulgencia y desconocimiento para la clase media alta y la marginal, retrato puntero, locuaz y sensible sobre la cara formal y externa y lo que esconde el interior emocional de la persona que se revela debajo, distinta visión de la justicia más esa intuición, paciencia y madurez que dominan los pasos diarios de quien la representa y ejecuta.
En la vida pocas cosas se saben con absoluta certeza, es el cambio, presentimiento e indecisión la que domina el escenario, se avanza por elecciones asentadas en opiniones y valoraciones propias y, a partir de ahí ¡suerte de no equivocarse!; “puede que nunca sepamos la verdad, sólo los implicados la saben”, por tanto, como invitada observadora, únicamente queda fijar la mirada, prestar atención y dilucidar una opinión propia.
Cálida en lo personal/fría en lo laboral, curiosa en general..., aunque se le achaquen decisivas lagunas y vacilaciones.
No pretende resolver, sólo un esporádico contacto.
Lo mejor; la pareja protagonista, en complicidad y por separado.
Lo peor; abre frentes que no desea concluir.
Nota 6,2