Vincent y Luchini: El reencuentro
por Quim CasasFabrice Luchini era, en 1990, un actor muy vinculado al cine de Éric Rohmer. Con él había hecho La rodilla de Clara, La mujer del aviador, Las noches de la luna llena, Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle y, sobre todo, había encarnado al personaje principal de la particular versión-retablo de Perceval le gallois. No es de extrañar que Christian Vincent le escogiera como protagonista de su debut, La discreta, filme que bebía, por tono y estilo, del cine de Rohmer: la historia de un individuo despechado que tras ser abandonado por su novia decide, en una espiral de rencor y misoginia, seducir a la primera mujer que encuentre en su camino para después, una vez enamorada, dejarla en la estacada y cobrarse así venganza de todo el género femenino.
Dos décadas y media después, y unas cuantas películas de Luchini (treinta y una) y Vincent (ocho, entre ellas la detestable La cocinera del presidente) de por medio, actor y director se reencuentran en El juez. La influencia de Rohmer ya no está para nada presente en el estilo narrativo, y las cuestiones amorosas se contemplan desde otra perspectiva. Pero hay algunos elementos que conectan entre sí las dos películas más interesantes de este realizador que no supo, en sus inicios, ligarse a una nueva generación de hijos de la Nouvelle Vague.
El juez con apellido de ilustre dramaturgo (Racine) que encarna Luchini bien podría ser el protagonista de La discreta, más solitario y escéptico, casi misántropo, con el paso de los años. Se ha endurecido y sus condenas siempre rebasan los diez años de castigo. Pero si en el joven escritor de La discreta anidaba el despecho al ser abandonado por la mujer amada, en El juez el resentimiento es distinto: hace años, Racine quiso mucho a otra mujer pero nunca le mostró su afecto, y esta mujer regresa ahora a su vida como miembro del jurado del último caso con el que tiene lidiar.
Amores y letrados. Comedia romántica y drama judicial. La mezcla no promete demasiado, pero Vincent consigue que casen bien algunos aspectos de esta trama en la que, por supuesto, importa mucho menos la clásica peripecia con testigos, acusados, abogados, fiscales, jueces, jurados y juzgados –la más inflexible de las variantes genéricas del drama– que ese reencuentro con una vida que se quiso, no se pudo tener y quizá pueda recuperarse.
A favor: Luchini, entre melancólico y duro, siempre da un plus a sus personajes.
En contra: representa el estilo acomodaticio de un determinado cine francés.