Vivir del cuento
por Suso AiraGracias a las televisiones, sobre todo a TVE y La2 con ese ciclo de lunes a viernes dedicado al cine español, estamos teniendo la oportunidad de recuperar la obra íntegra de un autor esencial como es Carlos Saura. O mejor dicho, y lamento tener que hacerlo: como era Carlos Saura. Lejos, ya muy lejos queda ese cineasta que podía ser alegórico, críptico, emotivo, cercano… tanto en la ficción como en sus primeros contactos con la música y el baile. Ese director ya se perdió irremediablemente y es una pena. Lo es porque personalmente no tengo nada en contra del documental de creación sobre folclores, tipos de composiciones y estilos musicales y danzas. Saura supo integrarlo muy bien en su discurso personal (la música, tanto la copla como el pop contemporáneo en el momento en el cual rodaba sus películas, eran utilizadas con intencionalidad dramática en su obra) y trabajos como la modélica Carmen, que todavía conservaba un entramado de ficción a su alrededor, siguen manteniendo el tipo tres décadas después. Pero a Saura eso le pareció lo más sencillo. Sus otros proyectos fracasaban (la mayoría con toda la razón del mundo dado su triste acabado final) y la financiación le llegaba para ir glosando/documentando sobre diversos palos del flamenco, sobre fados portugueses o sobre, como ahora, el folclore argentino.
Carlos Saura ya ha terminado confundiendo la desgana con el minimalismo en la puesta de escena y el supuesto preciosismo (ya saben, esas tonterías que hacía con él Vittorio Storaro, otro apuntado a lo de vivir del cuento y del cante) con la cursilería. Nada en Zonda: folclore argentino tiene validez como película, ni siquiera como película documental, que tampoco es precisamente eso. Mera yuxtaposición de números musicales y actuaciones, válidas y/o interesantes en sí mismas (si te gusta este estilo, si te gustan estos estilos), uno se pregunta si en tiempos de youtube tiene algún sentido lo que hace Saura aquí. Tal vez en el pabellón de una exposición universal (no por casualidad uno de los clientes habituales del firmante de La prima Angélica) a nadie le disgustaría ver un ratito esta cosa, alguno de sus ejemplos folclóricos. Ir a un cine, pagar por ello, salvo que uno sea un musicólogo o un folclorista redomado, me parece una absoluta y total pérdida de tiempo y de dinero. Salvo para Carlos Saura, lo del dinero, me refiero.
A favor: satisface cierta curiosidad musical antropológica.
En contra: no tiene nada que ver con el cine.