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    Juana a los 12
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Juana a los 12

    Realismo fantástico

    por Carlos Losilla

    La infancia desamparada siempre ha sido uno de los grandes temas del cine. Por lo menos desde Cero en conducta (1931), de Jean Vigo, los niños inadaptados, las escuelas sórdidas y los padres indiferentes se han convertido en personajes recurrentes de este tipo de películas. ¿O habrá que recordar Alemania, año cero (1948), de Roberto Rossellini, y Los 400 golpes(1959), de François Truffaut? ¿O bien El sexto sentido, de M. Night Shyamalan, y Reencarnación, de Jonathan Glazer? Sea como fuere, Juana a los 12 recoge mucho de la tradición que la precede y a la vez resulta radicalmente original. Por un lado, la niña protagonista nos resulta muy familiar, ya la hemos visto en otros decorados, reconocemos sus ojos tristes y su actitud a la vez grotesca y patética. Por otro, el modo en que la observa el debutante Martín Shanly es oblicuo y esquivo, simula un naturalismo sin concesiones para abrirse a muchos otros territorios expresivos. ¿Qué resulta de todo eso?

    En efecto, la película habla de un país (Argentina) y de una clase social (la alta burguesía), pero lo hace desde un universo glauco, neutro, que simula ser el presente pero se despoja hasta tal punto de toda marca cronológica que se hace intemporal. Esa escuela inglesa a la que asiste Juana parece fuera del tiempo, como si para ella no pasaran los años, ni tampoco los cambios sociales. Y esa casa familiar con una madre siempre sola y un hermano melancólico actúa como transparente metáfora de una claustrofobia, moral y política, subrayada por el formato cuadrado de la propia película, que oprime a los personajes en encuadres siempre pegados a su rostro. No es casual que en un momento dado, durante un sueño de Juana, la pantalla se abra al scope, y también a un violento, fugaz surrealismo: cualquier huida de la realidad, en ese contexto, es a la vez liberadora y pavorosa.

    Pero hay más. En ciertos momentos, Juana parece uno de esos niños malvados, implacables, que proceden de la herencia del cine de terror. O quizá ni siquiera eso: simplemente extraña, misteriosa, impenetrable. Por eso Shanly nunca explica claramente el origen de su inadaptación, por mucho que un par de escenas terroríficas la muestren sometiéndose a insondables pruebas médicas. Podríamos estar en El exorcista (1972), de William Friedkin, o quizá en El otro (1972), de Robert Mulligan. Los niños son seres frágiles pero también imprevisibles, y en el universo de la infancia el bien y el mal se mezclan de manera tan indiferenciada que nunca existe frontera visible entre ambos.

    Todo ese caleidoscopio que mira a Juana de maneras tan distintas, complementarias pero igualmente opuestas, tiene mucho que ver con el título: se trata de Juana vista a los 12 años, como en un retrato de urgencia, como si hubiera que dejar constancia de ese momento en la vida de una niña argentina. ¿Para qué? Para ver qué ocurre entonces y qué puede ocurrir luego. Para entender qué estragos causa cierta educación “femenina” (cierta cultura femenina trasladada a la educación, podríamos decir) en las adolescentes que un día serán adultas. Y para intentar atisbar cómo será Juana a los 20 o a los 40, pues ahí están otras figuras femeninas de la película a la manera de posibles modelos futuros. En cualquier caso, este primer largometraje de Martín Shanly posee tantos matices y aristas que su aparente realismo acaba convirtiéndolo, finalmente, en algo así como una película fantástica, un relato contado desde una mente infantil en pleno proceso de cambio, o quizá de descomposición. Y es ese matiz el que asusta, el que hace que Juana a los 12 sea una de las películas decisivas para el devenir de eso que llamamos “nuevo cine argentino”.

    A favor: La fascinante variedad de sus registros expresivos.

    En contra: Podría ser un poco menos formularia. Pero solo un poco menos.

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