Un laberinto que pudo haber tenido muchas otras salidas
Aún recuerdo esa época. Era 2015, un periodo en el que mi sueño, pasión y compromiso con el séptimo arte se solidificó. Puedo visualizar en mi cabeza a un pequeño chico que miraba en una pantalla las próximas funciones y, como siempre, la indecisión lo abatía. A inicios de octubre de ese año, me debatía entre tres llamativas propuestas: “Annabelle” de John R. Leonetti, “Gone Girl” de David Fincher y “The Maze Runner” de Wes Ball. Debo confesar que elegí la primera debido a mi amor y constante curiosidad por el género, equivocado, no encontré nada de amor ahí. El lio con la segunda propuesta fue que no tenía la suficiente edad para digerir la historia, y con la tercera era que no estaba muy bien familiarizado con el mundo de los libros de James Dashner por lo que sencillamente lo veía como un festín de emocionantes set-pieces. Afortunadamente, tiempo después descubrí que la segunda era innegablemente una perversa jema que volvía a poner al cineasta de “Zodiac” en el foco mediático, presentaba por todo lo alto a una prometedora Rosamund Pike— actriz que no había podido encontrar otro buen papel hasta la más reciente “A United Kingdom” y “Hostiles” — y proponía el regreso del alguna vez híper-solicitado Ben Affleck al mundo dramático. En cuanto a la tercera, pude deleitarme con una obra tan juvenilmente magnética que incluso llegue a leer el libro, ya que el filme fue un mosaico de personajes carismáticos dentro de una cárcel laberíntica que formulaba medidas argumentales suasorias y grandilocuentes escenas de acción que conducían a sofocantes giros de tuerca. Tan solo un año después, la segunda adaptación cinematográfica de los libros pisaba las salas con un sugestivo puñado de frescas ideas y nuevos personajes que servirían de importante eje narrativo en tiempos posteriores. Personalmente, esta fue el punto álgido de las tres películas debido a un frenético ritmo, giros de guion satisfactorios y el fortalecimiento a una mejor historia que bebía del thriller y la acción en dosis equiparables, “Maze Runner: The Scorch Trials” dejaba la barra alta y se cimentaba como una de las mejores adaptaciones comerciales de una serie de historias de apelación juvenil. Así y todo, una saga cinematográfica exitosa se había instaurado. Ahora, únicamente faltaba la conclusión, uno que debía ser digna de manera obligada, y por digna se hace referencia a no partirla en dos entregas para sacarle más dinero a esta fascinante máquina de billetes. Parecía que 20th Century Fox estaba complacido de que el mismo cineasta fuera el que diera un adiós adecuado, por lo que, sin vacilación, significaba iniciar la producción de la tercera y última gran carrera en el universo de Thomas. Según lo planeado, 2016 sería la el año demarcado para el estreno del filme, sin embargo, luego de los ahora habituales terribles accidentes en un día de trabajo, obligó al protagonista a ir al hospital por una lesión en la pierna, lugar donde le ordenaron guardar reposo por un buen periodo de tiempo, acontecimiento que ocasionó el cese de actividades hasta que el protagonista se encontrara en las mejores condiciones para volver al estudio de filmación. A causa de lo anterior, el fecha de estreno tuvo que ser pospuesta hasta dos años completos, movimiento que le jugó una mala pasada al estudio pues provocó que los ya fanáticos formales que consiguió año tras año se desinteresaran por el progreso del proyecto, terminando en una penosa baja en los ingresos. Pese a lo previamente dicho, “Death Cure” iniciaba su andadura comercial como inaugurador de año pues fue el mes de enero el que sirvió para que los fieles fans que aun quedaran de pie y los curiosos espectadores que desearan pasar por alto las dos primeras películas— una decisión insana— disfrutaran del último viaje hacia las raíces de CRUEL. Lacónicamente, el filme regresa aderezado, como ya es costumbre, de la mano de unas peligrosas escenas de acción, dos en general al nivel de las de su antecesora, con sorprendentes sacrificios argumentales pero con un resolución incompetente e ilógica que deja un sabor de boca amargo para el mundo de esta franquicia que suponía debía dejar su nombre incluso más alto, lo cual, tristemente, no sucedió así.
Puedo ver a guionistas y ejecutivos, ávidos por más pero dispuestos a menos, sentados en una misma mesa discutiendo las diferentes posibilidades de dar cierre— ¿absoluto?—a esta accidentada trilogía. Por supuesto que tenían el condicionamiento del libro escrito por Dashner al que tenían que ceñir sus ideas, sin embargo, es perceptible que el añadido dependiente ha conseguido balancear el grado de honestidad y divergencia con la fuente de inspiración, los aditivos narrativos por parte de los guionistas y los postulados de los ejecutivos, una cantidad equiparable, incluso aplaudible en determinados momentos, pero no fascinante e incluso discordante y risible. A simple vista y pese a que los guionistas no pudieron moverse muy libremente—aunque en Hollywood muchas veces vemos que esto no es un impedimento—, la apuesta por volver a donde salieron parece incoherente, un simple mecanismo para levantar más acción y momentos ostentosos, solo anualizado esporádicamente por herramientas que esconden por tiempo limitado las caricaturescas líneas o los melancólicos momentos dramáticos. La historia esta comúnmente trazada, es decir, seguimos la lucha del héroe, es golpeado, derrotado pero finalmente triunfa, lo interesante y peculiar es que por el camino pierde grandes tuercas, es decir, se presentan dos importantes bajas que toman un rol importante en la maduración del protagonista que potencian el propósito de destruir CRUEL. Ambos rebosantes de buena carga dramática, el abrupto despido de dos personajes sirve para dar aún más peso a los trotes incesantes de nuestro salvador, el cual, finalmente, encuentra la salida, sin embargo, lo logra percatándose de que lo realmente emocionante se encontraba dentro de las paredes del laberinto. En cuanto a la conclusión de la trilogía, se cae de nuevo en ese aire esperanzador en el que el mal del planeta derruido en el que toma lugar la historia ha sido desvanecido, ahora solamente hay esperanza, unión y salvación. Es difícil dar con maneras de convertir un final estándar en un final memorable, pero no imposible, y no me refiero a conclusiones pesimistas, simplemente, conseguir algo diferente, algo que el espectador no vaticine, tristemente, este optó por lo habitual, cayendo en el también habitual olvidado cinematográfico.
Siendo ya una costumbre, los set-pieces atienden coreografías de buen planteamiento, las cuales, pese a no estar al nivel de aquellas presentes en la segunda entrega, emocionan y proporcionan una experiencia deslumbrante en cuanto una cohorte de infectados surge. Estas son aceptables e incluso disfrutables, no obstante, hay un par en particular que van más allá de lo usual. Le temo a las alturas, surge dentro de mí una adrenalina incomoda con tan solo imaginarme estar al filo de una alta columna, por lo cual, ante algunas escenas de acción que toman lugar en este tipo de escenarios en las que es complicado diferenciar efectos de realidad o ficción, tal sensación también me sirve para medir la calidad de algunas hazañas de tal índole. Precisamente dicho miedo fue lo que hizo a “The Scorch Trials” un viaje visual emocionante, pues una de las mejores secuencias se desarrolla en un rascacielos a punto de desplomarse. En esta ocasión, la primera comparte la configuración de una de las entregas previas, con los osados jóvenes saltando, como si de superhéroes se tratase, desde lo alto de edificio. La segunda y personalmente la secuencia mejor construida y lograda es la protagonizada por Rosa Salazar y un autobús de pequeños inocentes, pues pese a no conseguir un resultado completamente verídico, hizo que me removiera en mi asiento por el destino de los niños en ese inestable bus; un momento excelente, el único diría yo. Por lo demás, osadías en un tren, heroicos rescates, luchas cuerpo a cuerpo, explosiones, armas, muertos, lo de siempre, lo de siempre.
Estéticamente, tampoco llega a ser centro de elogios. Guardando un lugar predominante a la oscuridad y a la poca presencia de colores vivos, el filme se torna un poco apagado, no se usan diferentes encuadres o juegos de enfoque, sencillamente, la cámara sigue o se queda estática ante las acciones de los personajes. Lo anterior no significa que sea deslucida y anodina, solo es un rescate más en el que los colores no tienen el papel que deberían, dejando expectante al espectador por un esplendor visual mucho mejor. Por supuesto, los efectos especiales empleados para alcanzar esta urbe futurista son fantásticos y complejos, nunca sintiéndose sintética o manipuladora, pues el compendio de edificios o los blanquecinos laboratorios dan pie para el desplegué de dos momentos claves para el desarrollo de la trama.
Así pues, la conclusión de la trilogía cinematográfica “Maze Runner” a manos del propio Wes Ball nos brinda un filme independiente, extenso pero dinámico, risible pero entretenido, cliché en cuanto al destino esperanzador de los personajes. “The Death Cure” expone un buen puñado de set-pieces y no significara un tortuoso o incoherente viaje para aquel que decida comprar un boleto, sin embargo, para los más fieles fanáticos y lectores será una idea que relega grandes oportunidades para ceñirse a una conclusión ideal, pronosticada y falta del factor sorpresa. Aun así, como un todo, la saga, pese a estar por debajo de la tetralogía de Katniss Everdeen pero por encima de la incompleta tetralogía de “Tris” Prior, es digna de un domingo por la tarde para disfrutar de unas aceptables adaptaciones Hollywoodenses rebosadas de acción, en donde lo que importa no es como salir del laberinto, sino, irónicamente, buscar la manera de volver a entrar.