De pretensiones e imaginación
por Alberto LechugaPor pura casualidad, el mismo día en el que acudo al pase de prensa de Zipi y Zape y la isla del capitán también veo Berserker, la película – corran a verla - de Pablo Hernando. Tan aleatoria asociación me permitió, inopinadamente, comeprender mejor la condición de rara avis que ambas comparten. Si en la película de Hernando su condición anómala viene ya en su ADN extrañado, en la película de Oskar Santos se trata de un asunto coyuntural: en esta España de 2016, el "otro cine español", la excepción, sería este cine de alto presupuesto y largo recorrido. Esas dos, tres, películas anuales con las que Mediaset o Atresmedia nos bombardean durante meses. El resto, el que conforma el grueso de la producción fílmica española en términos generales, se mueve en coordenadas de resistencia frente a la precariedad y solo encuentra salida en ese circuito de festivales que empieza a estar cada vez más viciado.
Sea como fuere, Zipi y Zape y la isla del capitán también es una rara avis en su concepción, al ocupar una plaza vacante en la cinematografía española, la de saga de aventuras para toda la familia. Pasemos página: poco o nada, salvo algún guiño, tienen que ver los Zipi y Zape del universo ideado por Oskar Santos con el dibujado por Escobar. Mientras en Bruguera se apostaba por el humor blanco y el costumbrismo, Santos se lleva a los gemelos traviesos al territorio de la aventura juvenil, que encuentra en la síntesis de la imagen digital y en un espectacular diseño de producción sus verdaderos motores narrativos. Unas coordenadas que lo emparentan directamente con la saga Harry Potter, que ya sirviera de claro referente a Zipi y Zape y el club de la canica. Si en dicha primera entrega Zipi y Zape resolvían el misterio en torno a un internado de verano de gestión totalitaria, aquí se lanzarán a investigar la verdad oculta en el interior de una isla consagrada a tiempo completo al juego y la diversión de los niños. El planteamiento, pues, se revierte de una película a otra, pero la fórmula sigue siendo la misma: las gamberradas condenan a Zipi y Zape a unas vacaciones correctivas... que les harán vivir aventuras, hacer amigos, enfrentarsea un carismático villano (interpretado por un actor español consagrado) y hasta a enamorarse. Al igual que en otras sagas (de Bond a Star Wars), el enunciado familiar, lejos de molestar, no hace si no configurar con paso firme una serie de constantes que ayudan a cohesionar un universo propio y reconocible.
Podemos tomar dos frases para descifrar rápidamente lo que ofrece esta secuela. La primera la encontramos ya como tagline en el propio póster de la película: «prepárate para el doble de aventura». Tal cual, Santos recoge el testigo de las secuelas a la vieja usanza (¿pre-El imperio contraataca?), la de aquellos tebeos que prometían en su portada más villanos, más risas, más emociones, más aventuras, mayor tamaño, mayor duración... Aquellas que traducían, en definitiva, el "2" de su título como una indicación matemática a la que atenerse. Y eso es lo que ofrece Zipi y Zape y la isla del capitán como secuela, un mayor alcance en sus planteamientos (los gemelos llegan a combatir un pulpo mecánico gigante en las profundidades del mar), mayor despliegue en su espléndido diseño de producción, más personajes (hasta un gorila detective)...
Una apuesta por el "más es mejor" que lamentablemente no consigue disminuir los problemas que ya acarreaba la primera entrega y que acaban de nuevo lastrando la experiencia. Partamos de lo más visible: los protagonistas suponen un terrible error de casting. Niños diferentes a los que protagonizaran la primera entrega, pero con igual incapacidad interpretativa y mismo tufo a sobrinos de algún directivo de la producción. Una singularidad sorprendente que ya hacía que la bella idea que vertebraba la primera entrega (el juego -la imaginación, el humor.. - como garante de libertad) acabara haciendo aguas al no poder empatizar con unos niños tocados por la pereza y el don del bronceado permanente, cuyas gamberradas contra el sistema nos acababan sabiendo a trastadas caprichosas de niños malhablados de colegio pijo. Poca ayuda les sirve además un guión pobre que, a pesar de nombrar explícitamente a los mejores referentes de la literatura juvenil, no confía en que los niños no necesiten del subrayado de diálogos ortopédicos ni del humor vulgar como asideros para seguir una película.
La segunda frase que nos sirve para descodificar la propuesta de Oskar Santos la pronuncia el villano encarnado, con convicción, por Elena Anaya: «Típico de los adultos, les sobra pretenciosidad y les falta imaginación». Toda una declaración de intenciones de una saga que aquí convoca a los clásicos de la literatura juvenil (de Verne a Stevenson, pasando por Holmes o el Hombre Invisible). Sin embargo, la proclama se vuelve en contra de Santos cuando nos damos cuenta de que donde debiera haber imaginación, abundan más los apuntes de pretensión (esos planos aéreos a lo Peter Jackson...).Ni la espectacular apuesta audiovisual – de primer orden – logra entonces anestesiar el golpe de encontrarse ante una película tan inerte en sus resoluciones. Queda entonces un encomiable esfuerzo por construir un universo reconocible y dotarlo de mimbres de producto comercial de alta calida. Una propuesta fallida ante la que, sin embargo, por intenciones, es imposible no sentir cierta simpatía. Solo queda esperar entonces que Santos se abone también a la imaginación y el juego en siguientes entregas.
A favor: su ambición como producción
En contra: su falta de ambición como película