Michael Bay rescata, en su último trabajo, una de esas historias reales que se pierden tras los noticiarios durante la sobremesa. Nos tranquiliza pensar que todos esos conflictos exteriores nos pillan demasiado lejos, pero la realidad reciente nos demuestra que eso ha dejado de ser cierto.
La película, “13 Hours: The Secret Soldiers of Benghazi”, narra los hechos acontecidos en 2012 durante el primer aniversario tras el 11-S en Bengasi, Libia, una de las ciudades más peligrosas del mundo, donde un consulado Estadounidense y un anexo secreto de la CIA fueron brutalmente atacados por causas aún ambiguas. Cuatro americanos, incluyendo el embajador estadounidense, perdieron la vida. Diversas teorías señalan como principal motivo del ataque la protesta radical que se produjo contra “La inocencia de los Musulmanes”, un corto de producción norteamericana que satirizaba y humillaba a Mahoma y al Islam, aunque también se habla de que el ataque pudo ser organizado por Al-Qaeda, que llegó a adjudicarse la responsabilidad del acto, o por leales gadafistas.
Toda la ambigüedad que rodea a los orígenes del asalto se ve perfectamente reflejada en el film, centrado en la figura de un equipo de operaciones especiales que trabajaban en el complejo secreto de la CIA. Ni ellos mismos son capaces de diferenciar a los componentes de la coalición rebelde del 17 de Febrero, creada como aliada de los estadounidenses, de los asaltantes hostiles, ya que ambos grupos carecían de uniformes y distinciones. “¿Esperamos amigos?” pregunta constantemente el SEAL interpretado por Pablo Schreiber. La mayoría de las veces, la respuesta es negativa.
La dirección de Bay explota al máximo la tensión inoculada durante el primer tercio del film, hasta que inevitablemente estalla en un vertiginoso infierno de disparos, sangre, y fuego. A pesar de todo, los vecinos de Bengasi siguen viendo el fútbol en la tele, y pastores y curiosos siguen paseando por el mismo camino que antes cruzaban las balas perdidas de soldados y asaltantes, como si la rutina de la guerra se hubiese apoderado ya de un pueblo tristemente acostumbrado a vivir en las tinieblas de la desorganización política y social, en cuyo mercado local se venden armas a la par que frutas y verduras.
Como si de un “Álamo” de 2012 se tratase, el equipo de SEAL acaba sitiado en el anexo de la CIA a la espera de una ayuda que nunca llega. La negativa del ejército Libio a intervenir y las dificultades que encuentran los refuerzos a la hora de organizarse para llegar a Bengasi convierten estas 13 horas de conflicto en una auténtica película de terror, con pinceladas de western bélico, recordando a “Assault on Precinct 13” (1976) del maestro Carpenter. De igual manera que John Wayne fue acusado de racista por la visión superficial que se hacía del pueblo Indio en sus películas, Michael Bay se abstiene de crear un mínimo de empatización con el Musulmán, algo que está aprovechando el candidato a la presidencia Donald Trump, que ya se ha encargado de realizar actos de campaña con algunos de los protagonistas reales de esta terrible pesadilla, que apoyan su programa de políticas exteriores. Quizás hayan olvidado que todos los dioses, todos los cielos y todos los infiernos siguen estando en nuestro interior.
Deja Michal Bay algo de espacio para el humor, que resulta especialmente espontáneo y efectivo cuando nace de la camaradería que se forja entre los SEALs protagonistas, cuya férrea moral sobrevive a base de citas elocuentes como la anterior “Todos los Dioses, los cielos y los infiernos están en tu interior” o algunas más supeditadas al género de acción más puro y desenfadado, como la genial: “La suerte es una prostituta cuyo nombre de stripper es Karma”. Las referencias a este tipo de cine resultan aún más evidentes cuando se cita directamente a “Tropic Thunder” (2008) la tronchante parodia bélica de Ben Stiller, o a “Black Hawk Down” (2001), con la que comparte tono y espectacularidad.
Por último, destacar el vistoso manejo de la cámara, por un lado con diversas panorámicas y vistas de pájaro que nos alejan de la acción para recordarnos el contexto en el que nos encontramos; y por otro, con primeros planos y planos en detalle que nos acercan al drama más emotivo. En concreto, en una de las tomas más atractivas del film, se usa como referencia el punto de vista de la carga de fuego de un mortero, al que acompañamos en su ascenso a los cielos y en la inevitable y aciaga caída. También la edición de sonido, excelente, consigue envolvernos en la batalla como si estuviésemos participando directamente en los salvajes tiroteos. En eso, Michael Bay es un maestro de la acción. Sin embargo, cuando se deja llevar por completo por la emoción sin respetar ciertos límites estructurales del film, la cosa se tambalea, como cuando sobreexpone la vida familiar de los SEALs o cuando cae en la metáfora fácil de la bandera norteamericana tocada y hundida.
Para los amantes del género, la película funciona a pesar de su alargado metraje, que supera las más de dos horas de duración, ofreciendo una espectacular visión de un conflicto real desde primera línea de combate. Para el resto, quizás caiga demasiado en algunos tópicos imperdonables y en patriotismos innecesarios.