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    Frozen II
    Críticas
    3,5
    Buena
    Frozen II

    La edad de hielo

    por Alberto Corona

    A la hora de analizar la historia de la compañía Disney el año 2013 quedará establecido, de forma similar a lo que ocurrirá con 2019, como un marco definitorio de su poder y hegemonía. Poco antes de que se estrenara la Frozen inicial, la Casa del Ratón se había hecho con el control de Lucasfilm, sumándolo a otras lucrativas propiedades como Marvel y Pixar, y encontrando en el estupendo filme de Jennifer Lee y Chris Buck una forma de sacar músculo creativo entre tanto baile financiero. Enarbolando, además, una voluntad de compromiso y revisión. Frozen, por tanto, no venía sólo a disparar la nueva edad dorada de la compañía con su monumental éxito en taquilla y su extenuante 'Let it Go'; también pretendía, al igual que la primera Maléfica hizo un año después, mostrar que estaba en sintonía con los tiempos y las sensibilidades actuales para, al mismo tiempo, plegarlos a su voluntad y convencerlos de pasar por caja. Seis años después, cuando la secuela de este feliz esfuerzo llega a los cines, Disney ha logrado que cinco películas suyas pasen los 1.000 millones de dólares en un solo año, a la espera de que Frozen II se una a ellas. Seis años después, también, se las ha ingeniado para que una pequeña e insignificante porción del público esté muy enfadada con sus constantes esfuerzos de inclusión y diversidad.

    Es lo que se dice un negocio redondo que esta secuela sólo debía preocuparse por mantener en marcha, y es justo lo que hace. Tras el audaz golpe en la mesa que supuso la película original, Frozen 2 se conforma con ser continuista, reforzando sus logros y negándose a caer en tentaciones, más propias de los vecinos de Pixar, de apurar el 'target' para ofrecer una historia más supuestamente “oscura”, “madura”, “adulta”, o el adjetivo facilón que se prefiera. Frozen II sigue siendo una sencilla historia de amor entre dos hermanas porque eso es lo que quiere el público, al igual que sigue estando plagada de temazos próximos a convertirse en los villancicos de estas festividades, y sigue presumiendo de un desinterés simpatiquísimo a la hora de venderte muñequitos por la cara. Cualquier persona con un mínimo de preocupación por la salud mental de sus espectadores se habría cargado a Olaf de cara a la segunda parte, pero Frozen II sabe a lo que está jugando, y por eso le da más oportunidades que nunca al muñeco de nieve para lucirse en pantalla, regodeándose no sólo en su espectacular capacidad para irritar sino también en una suerte de subtrama primorosamente diseñada para que los adultos perdamos los nervios antes de que lleguen los créditos. Y luego, tras contener este impulso, nos encaminemos diligentes a la juguetería más cercana.

    En tanto a operación comercial, Frozen 2 es perfecta y se las apaña para convertir en virtud hasta sus costuras, que son numerosas y casi todas se extraen de un guión que sencillamente no da más de sí. La película necesita que sus personajes se muevan porque no basta con que Olaf haga estupideces y las hermanas digan lo mucho que se quieren de vez en cuando; hay unos mínimos que te exige el formato secuela ya sea a base de desarrollo de personajes o 'worldbuilding' —todavía incapaz de lograr que el destino de Arendelle le preocupe a alguien un carajo—, y Frozen 2 los cultiva con una dejadez inusitada, casi desafiante. Propia de una autoconsciencia que deviene consustancial a esta edad de oro (o hielo) que comentábamos, y que si en la película original pasaba por cuestionar el amor romántico aquí ampara una apasionado abrazo al musical más casposo. Sabiéndose pop desde su génesis, Frozen II aprovecha para ser mamarracha, y te propone unos videoclips musicales de raigambre noventera igual de ridículos que los de la reciente Aladdin, pero mucho más divertidos. Si es que en la banda sonora está hasta Weezer, por el amor de Dios.

    Sin embargo, lo que acaba erigiendo a Frozen II como un muy buen producto dentro de sus delimitadísimas aspiraciones no es tanto el efectivo apartado musical, o la obscena facilidad con la que entretiene, sino el cuidado que se ha querido depositar en su aspecto formal. Hay secuencias de narración puramente visual, como aquellas que encuentran a Elsa queriendo caminar sobre las aguas u obteniendo la enésima revelación sobre su pasado, de una potencia e inventiva apabullantes, queriendo refrendar por fin el precio de las entradas y los juguetes con un espectáculo a la altura. Son abundantes las ocasiones en las que Frozen II se preocupa por ser este tipo de espectáculo, y por ello no podemos descartar que dentro de otros seis años, cuando se estrene la tercera entrega, Disney siga indiscutible e incuestionable en su trono.

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