Reconozco que cuando la productora Toho, casa de Godzilla, decidió retomar la franquicia animada por los resultados del remake americano de 2014, no estaba muy convencido de los resultados que se podrían obtener dados los bandazos del personaje en las tres etapas niponas y el buen sabor de boca dejado por la cinta de Gareth Edwards, si bien esta habría resultado más redonda prescindiendo de los aburridos dramas personales.
Hideaki Anno tomó buena nota de esto último. El creador de Neon Genesis Evangelion, guionista y codirector de “Shin Godzilla”, enfrenta al ser radiactivo contra un inesperado monstruo aún mayor: la burocracia. Y lo hace olvidándose de los pequeños dramas individuales que formulan el cine catastrofista americano y dando voz a los problemas de toda índole que generaría la aparición de un saurio de tales proporciones y tamaño poder destructivo. El recuerdo del aún reciente accidente de Fukushima impregna las innumerables conversaciones entre políticos y/o militares, trufadas de un sentido crítico que dispara en varias direcciones: la incapacidad del gobierno japonés para hacer frente a la catástrofe con su nula gestión y su opacidad ante los medios de comunicación, las luchas entre los diferentes ministerios e instituciones en detrimento de la búsqueda de soluciones reales, la pérdida de políticos de vocación frente a los de carrera, el uso como carne cañón de unas Fuerzas de Autodefensa desbordadas por la tragedia, la indeseada dependencia de unos Estados Unidos que pretenden sacar partido del drama que ellos mismos han provocado, la falta de orgullo de Japón como nación debido a los acontecimientos que marcaron su historia durante la primera mitad del pasado siglo…
Godzilla funciona en la película como el catalizador de estos conflictos, montrándose Anno sumamente crítico; el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki no es lo que produce el desasosiego, como en la cinta original del 54, sino la respuesta posterior (o la falta de ella). Anno hace uso de diálogos ágiles, afilados, secos; de un montaje y una planificación tensos como las diferentes reuniones, pero al mismo tiempo muy dinámicos. Se apoya en un amplio y competente elenco actoral y en la labor del otro director, Shinji Higuchi, responsable de los efectos especiales de la trilogía de Gamera de Shusuke Kaneko. Higuchi diseña para este filme unas estupendas escenas de destrucción y caos, lejos de las clásicas maquetas y el suit-mation de Eiji Tsuburaya. Godzilla tiene un aspecto mucho más aterrador; le vemos mutar de aspecto y podemos sentir el desgarro y dolor que conlleva (aunque el rostro de su primera aparición resulte algo chocante). Las mencionadas escenas de ataques son escasas, pero lo suficientemente poderosas como para crear, apoyadas por el efectivo montaje, una sensación constante de amenaza.
“Shin Godzilla” es, además, un reinicio del personaje, como si las 30 películas anteriores nunca hubieran existido. Se recuperan felizmente varios de los temas compuestos en su momento por el gran Akira Ifukube, que ejercen de nexo entre el pasado y el presente de la franquicia. Y por fortuna, el guión se olvida de exóticas localizaciones y se centra en Tokio y el gabinete de crisis; en salas de reuniones transcurre gran parte del metraje, y sin embargo, no es nada aburrido. De ello se encargan, como hemos comentado, el estupendo montaje y la insistencia en la amenaza que representa Godzilla.
Como aspecto negativo, destacaría la saturación de información al presentar a los diferentes personajes; al cuarto o quinto te has olvidado de quién es cada cuál, del cargo, del ministerio para el que trabaja… Tampoco es que sea muy relevante. Aquellos que van a cobrar más protagonismo son fáciles de detectar y así poder seguir sus quijotescas andanzas entre pasillos y despachos. Por momentos parece que la cinta vaya a cruzarse con el “Brazil” de Terry Gilliam… Por otra parte, la falta de una tragedia personal nos hace más difícil empatizar con esos caracteres, quizás porque estamos demasiado acostumbrados al otro modelo anglosajón.
En resumen, un reboot de la saga prometedor y espectacular que revive el espíritu de la original (Godzilla NO es aliado de la humanidad y no necesita otros monstruos gigantes para tener un valor propio) entre laberínticas discusiones y las presumibles escenas de destrucción. Si Toho continúa esta senda de desinfantilización está aún por ver; esperemos que tengan la suficiente visión y no tengamos que soportar, al menos de momento, a otro Minilla, el hijo de Godzilla. Los fans de Godzilla y de lo que representa lo agradeceremos.