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    Mistress America
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Mistress America

    Las zonas grises del cine y la vida

    por Carlos Reviriego

    Por una de esas torsiones del destino, Mistress America ha llegado a las salas mundiales después de Mientras seamos jóvenes, aunque esa última se rodara con posterioridad. Baumbach es preso de una creatividad ciertamente febril, y en apenas dos años ha realizado tres largometrajes, desde que comenzó su colaboración creativa con la joven musa del nuevo cine independiente, Greta Gerwig, en la magnífica Frances Ha (2012). La libertad de movimientos y la voracidad casi experimental de sus últimas comedias –que suman o bien una trilogía o dos dípticos en los que Mientras seamos jóvenes actúa de pivote– es la que permite que Mistress America, en determinado momento, nos obligue a cambiar nuestra forma de ver la película. Es algo extraño que ocurre muy de cuando en cuando, pero que plantea una serie de desafíos que no todo espectador está dispuesto a asumir. Ese esfuerzo, que nos obliga a modificar, mientras la experimentamos, el paradigma perceptivo de la comedia, es el que no están dispuestos a realizar los espectadores que aún siguen considerando a Baumbach una especie de versión insatisfactoria de Woody Allen, John Hugues o Eric Rohmer. Aunque del tono distintivo de todos ellos encontramos retazos, lo cierto es que Baumbach trasciende el mero pastiche y de su discurso emana una voz propia y reconocible.

    Cierto es que la bilis corrosiva y el vitriolo de sus primeros trabajos –de, pongamos, Kicking and Screaming (1995) a Una historia de Brooklyn (2005)– ha ido matizándose con el tiempo, si bien podemos confiar todavía en el autor de Margot y la boda (2008) para encontrar en sus trabajos los más satíricos y humillantes retratos de la bohemia, junto a un calado de reflexión intelectual que convive con los estímulos y referencias de la cultura popular. Baumbach transita por los confines nebulosos del nuevo cine, que no confía tanto en el relato como en la posibilidad de reflexionar sobre él. Si Mientras seamos jóvenes encontraba la catarsis de la amistad entre los documentalistas Josh (Ben Stiller) y Jaime (Adam Driver) en una discusión pública sobre los límites que cada uno traza entre lo ficticio y lo real, en Mistress America es una amistad también separada por generaciones la que queda quebrantada cuando la hipster treintañera Brooke (Greta Gerwig, que co-escribe el guion) lee el ácido retrato, en público, que su amiga la estudiante Tracy (Lola Kirke) ha escrito inspirándose en ella, y por el que ha sido admitda en un exigente club literario. La extravagancia de Baumbach es que el clímax emocional de sus relatos sea también el debate intelectual que los sostiene.

    Mistress America no cesa de invocar los temas que se han convertido en marcas de la casa Baumbach: las crisis de la madurez, los personajes asfixiados por su propia ambición, la ansiedad del paso del tiempo, la fragilidad de las relaciones o la inevitabilidad del fracaso. Lo hace, sin embargo, desde una doble perspectiva formal y, por lo tanto, moral. La primera parte del film –vinculada a las comedias neoyorquinas de Woody Allen– parece recrear una suerte de naturalismo cómico con el empleo de secuencias en las que los personajes hablan en permanente movimiento, pero en la segunda parte el film se encierra en una casa transparente para jugar a ser Hawks o Lubitsch y concentrar el movimiento en el plano estático, en busca de la perfección de unos diálogos veloces y superpuestos, de situaciones estrafalarias y de la precisión gestual de los actores. Se trata de maniobras dentro del entorno cómico que certifican la intensa búsqueda de Baumbach para estilizar el mundo y sus zonas grises. Y esta vez, con la que quizá sea su mejor película –al menos la que más frescura contagia–, ha logrado que ese mundo nos hable tanto del cine como de la vida. 

    A favor: La reinvención de la screwball comedy que, con inteligencia, humor y atrevimiento, propone la segunda parte del film: lo mejor que ha filmado Baumbach en su carrera.

    En contra: Los instantes finales que, como ocurría en Mientras seamos jóvenes, contradicen el tono de la película sumergiéndose en la complacencia.

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