La insana dicha de dar y recibir..., daño y golpes.
En los malos momentos uno descubre que clase de persona es la que le rodea, y es donde se pone a prueba la solidez de ese vigente amor que se comparte; en los momentos, de toma de decisiones importantes, se averigua si se piensa en dueto o cada uno marcha por su lado y, cuando dejan de contarse las cosas mutuamente se deja de ser pareja, para ser dos alejados que comparten piso, con el vicio de tratarse con maldad y desprecio.
¿Por qué puede llegar a gustar tanto ser desgraciado?, ¿cómo se convierte el dolor en una drogadicción?, ¿los moratones en seña de identidad?, rutina conocida que evita la toma de decisiones nuevas, que esconde esa cobardía de reiniciar camino, de seguir adelante en solitario, nunca más en pareja asfixiante y doliente que hiere y nada bueno aporta.
Sufrimiento como unión/costumbre como seguida, validez ninguna para formar en común una vida, pero donde ésta se crea, mantiene y avanza con sus desvaríos, errores y desgracias que se imponen a dos bandas porque es lo que impera, esa lujuria destructiva, de belicoso roce, donde es mayor el miedo a lo desconocido y a no estar juntos.
“¿Estamos bien?” “Claro”, pues esa edulcorada mentira, que encierra una verdad contraria datada por ambos, sirve como pasaje para una felicidad disfuncional que se alimenta del daño, la irritabilidad, la humillación y el placer de provocar al otro, de herirle con devoción y ganas pues ese es su diálogo existente, un insistente incendio que con malicia se busca y desata para sentir al otro, para sentir uno mismo vivo.
“Estamos haciendo todo mal” pero seguimos haciendo pues, parar y deternerse da lugar a pensar, a plantear temas, a tener que recomponer y, esa cómoda inercia de aceptar lo malo ante el interrogante de lo no tenido, ese letal “más vale pájaro en mano que ciento volando” inmoviliza, acepta el presente agrio y deja de soñar con un futuro más digno, satisfactorio y suculento.
Cinta de sentimientos profundos, de sugestivo indecoro emocional, de conmoción embriagadora vertidos con esa brutal sinceridad que coge y lesiona, con una honestidad salvaje y afilada agresividad cuya aceleración se palpa con resquemor y disgusto, con esa progresiva inquietud y nervio que turba, atrae, se cuestiona e intimida, adjetivos obvios de una sintonía y seducción total con la historia, que impide te mantengas al margen de unos vecinos tan correctos en público/tan escandalosos cuando están juntos al calor de ese hogar que los enciende, fustiga y agota a un espíritu maltratado y un corazón dañado, sin poder evitar volver a por otra ronda de golpes y lesiones, pasados los nocivos efectos de la anterior servida.
Expresiva, intimista y robusta interpretación de ambos, tanto Pilar Gamboa como Juan Barberini realizan una exposición veraz, ardiente y obsesiva del destrozo anímico en que se encuentran ambos personajes; sentido trabajo recogido, con contundencia y cercanía, por una cámara en manos de Juan Schnitman que sabe mostrar la anhelante ferocidad de ese destructivo amor-odio, desde esa corrosiva lucha de poder que se muestra, con claridad incisiva, en unas escenas divergentes que van subiendo de temperatura hasta explosionar en puro control y dominio del rival contrario; eclipsante relación devastadora, de tensión angustiosa y sofocante combate, buscada en una incomunicación que vive del oprimido cuerpo y que se establece como sometimiento tradicional, que alimenta y afianza la pareja.
Ahora si/ahora no, paremos/sigamos adelante, caos hambriento que recela al tiempo que ama, que agrede al tiempo que abraza, un tirante compás de acometida impaciente que estalla con esa necesidad de respirar el desconsuelo y aflicción de esa persona que se ama, desprecia, odia y consume con deleite, rigidez y armonía de ser ambos iguales.
Te echa el guante, te engancha y se apodera de tu interés con sencillez, humildad y con ese realismo de una violencia que ciega, corrompe, degenera y te aficiona a volver a caer en ella, pues ofrece un regocijo gustoso, de oscura diversión, que complace y pervierte.
Lo mejor; la interpretación y conexión de sus intérpretes para con el púbico.
Lo peor; que se ignore por parecer superflua.
Nota 6,1