El Rocky de los saltos de esquí.
“Nunca serás material de olimpiada”, frase sermón que oyó desde su infancia Michael Edwards pero, basta una prohibición, un nunca-podrás-lograrlo, de negatividad envolvente, para que la constancia, firmeza y perseverancia se afiancen y su decidida tenacidad coja una fuerza inusitada, que ya jamás perderá.
Porque los sueños se pueden convertir en realidad, siempre que trabajes, no abandones y mantengas intacta esa ilusión, coraje y ánimo que confirman eres un campeón por participar, sin importar el ganar, como especifica el lema olímpico.
“No importa cómo empieces, lo importante es cómo termines”, cartel inspirador de una energía y valentía que le llevarán a lograr lo imposible; biotopic sobre un chaval con una meta, ser atleta olímpico, y cuya obsesión nunca abandonará a pesar de las muchas y enrevesadas dificultades; un espíritu libre y optimista que se convertirá en admirada águila cuyo respeto, simpatía y admiración le acompañarán para el resto de sus días.
Cabezonería positiva de cuando uno cree en si mismo, sin atisbo de duda, entrega, locura y habilidad en una mezcla perfecta y demoledora, sin saber qué elemento lidera ni cuándo, que le llevan a reunir los elementos necesarios para llevar a término su terca impericia; galones de quien abre camino, orgulloso y esmerado, para ser récord olímpico de su país, sin nadie creerlo ni esperarlo.
El veterano Hugh Jackman, de pareja explosiva de Taron Egerton, para darle movimiento y locuacidad, más un espectáculo musical y expresivo que adornan, con desmesurada presencia, su moldeado guión; escrito, que narra en tono de fábula ideal y decorada, el triunfo subversivo de quien logro alas y pudo, por fin, volar.
Está realizada para gustar y encantar, para hacerse con facilidad con el expectante público; entretenida y divertida pone su foco en el corazón de la audiencia; amable y vitalista comedia, con sus pequeños dramas entremedias, que da para festival pasajero de humor y empeño; ensalzado entusiasmo que agrada al vidente, cuyas emociones y percances estimulan su apego, y cuyas ruidosas y numereras imágenes le simpatizan con un proyecto de autoestima que nunca se ofuscó hasta lograr su aspiración delirante.
Sencilla en su composición, tiene el don de elevar su atractivo y apetencia a base de golpes de suerte y circunstancias diversas que se van superando, como las pruebas de un show montado para distraer a la masa; espectáculo danzarín y risueño que combina, la chulería y altivez del maestro, con la inocencia y candor de su novato pupilo, para recrear un teatro que por momentos es toda una alegre caricatura.
Su gran acierto es el encanto y empatía de su protagonista, quien cubre todas las facetas de su personaje con decoro y una seducción clave para el éxito de la cinta; más esos entrañables ochenta de vuelta y una escenográfica fotografía deliciosa, aunque se trate simplemente de nieve y montañas.
“Volando alto”, no toca el sol pero tampoco se derriten sus alas; no busques la historia original pues entonces descubrirás la edulcorada dulcinea que supone ésta. Disfrútala como cuento ingenuo y bonachón que te encandila con simpleza, para pasar un rato distendido de buen sabor de boca.
Para arreglar malos días, terciar por cambiar el semblante y que surja una sonrisa en esa esencia, ya desprovista de bajón, y embelesada de esa potente energía para entrar en la historia británica; ganador, no posee medalla, aunque tampoco la necesita pues siempre será un bonito y delirante recuerdo.
Amena y ligera, es beneficiosa para el alma ¡quédate con eso!
Lo mejor; su espíritu juerguista y molón.
Lo peor; difiere bastante de la realidad de los hechos.
Nota 6,3