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    Coche policial
    Críticas
    3,5
    Buena
    Coche policial

    Niños al volante, tensión constante

    por Daniel de Partearroyo

    ¿Cuánto puede dar de sí (cinematográficamente) un coche? La pregunta tendrá distintas respuestas según a quién se la hagas. Jim Jarmusch responderá de una forma (Noche en la tierra, 1991) y Abbas Kiarostami de otra (Ten, 2002); David Cronenberg tendrá su propia visión (Cosmópolis, 2012) y Steven Knight una diferente (Locke, 2013). Ahora Jon Watts también puede entrar en esa conversación con Coche policial, su segundo largometraje y, supuestamente, la película que le abrió las puertas de la próxima encarnación de Spider-Man dentro del universo Marvel. Es fácil intuir que su manera concreta y veraz de tratar la relación entre los dos chavales protagonistas de la historia manteniendo la tensión con cada peripecia que viven tras encontrarse un coche de policía aparentemente abandonado le habrá servido como carta de presentación eficaz ante los grandes estudios, pero conviene recordar que su anterior filme de terror, Clown (2014) –también escrito junto a Christopher D. Ford–, ya lograba superar las expectativas de su premisa incluso con mayor atrevimiento que en esta pieza de cámara donde no se escatima el suspense sobre ruedas.

    Coche policial no tarda en poner en marcha su punto de partida con diligencia narrativa. En un único plano secuencia conocemos a los dos protagonistas infantiles –Travis (James Freedson-Jackson) y Harrison (Hays Wellford)– y obtenemos todos los datos necesarios sobre su situación y personalidades mientras andan por el campo jugando a decir tacos cada vez más contundentes: uno es el gallito atrevido, otro el retraído que intenta ponerse a la altura; ambos se han escapado de sus casas como acto de rebeldía. En medio del camino se topan con un coche de policía solitario al que se van acercando paulatinamente hasta atreverse a conducirlo lejos de allí. Resulta que, como vemos en el único flashback que rompe la sostenida narración lineal, el vehículo pertenece a un policía corrupto (Kevin Bacon) dispuesto a todo para recuperarlo. La escritura del filme se nota tan aplicada en lo referente a la caracterización ejemplar de los personajes y el incremento de riesgo de la situación en la que se han metido que puede llegar a encorsetar el devenir de los acontecimientos, pero al mismo tiempo garantiza el mantenimiento del suspense con muy pocos elementos en juego: dos niños, un policía malvado y un coche con sorpresa en el maletero.

    Igual que en Clown, Watts –formado en la escuela satírica del imperio The Onion– se divierte introduciendo notas de humor capaces de incrementar la angustia en vez de destensar la situación. Los cimientos de tono del filme están tan bien asentados que algunas de sus secuencias más inquietantes radican simplemente en el hecho de ver al par de críos manejando con despreocupación armas de fuego y demás objetos peligrosos que encuentran dentro del coche. Situaciones que surgen de manera orgánica y sacuden más que el duelo final, con encomiable puesta de escena de western pero escasa fuerza visual. Al final, el director se decanta más por eso que llaman cine de personajes –acompañamos a los protagonistas en su tránsito de aprendizaje moral– que por sacar punta formal al relato; una decisión legítima que, si bien menos interesante, le ha brindado la oportunidad de esmerarse con su futuro blockbuster.

    A favor: Shea Whigham, ahora mismo uno de los mejores secundarios de Hollywood dentro de la categoría "Nunca te acordarás de su nombre, pero siempre está estupendo".

    En contra: La construcción de la acción y la evolución de los personajes traspiran manual de guión por todas partes, con lo bueno (eficacia) y malo (previsibilidad) que eso implica.

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