Noche en blanco
por Daniel de PartearroyoDentro de la deprimente división de Hollywood encargada de la absorción de películas originales de procedencia internacional para su inmediato remake, hay un nicho que parece especialmente dedicado a la caza y captura de cine de género en lengua francesa. Cualquier producción gala (o en el idioma de Victor Hugo) con cierto gancho comercial que haya saltado a la palestra en los últimos años ha sido susceptible de recibir un fotocopiado urgente para su distribución inmediata en las multisalas de EE UU y después en el resto del mundo a través de cauces comerciales que fueron muchísimo más difíciles de alcanzar para la cinta original en su momento. Así es la globalización entendida por Hollywood. Y así es el caso de Noche de venganza, versión recalentada del thriller belga Nuit blanche (estrenado en España con el mismo título de Noche de venganza), dirigido por Frédéric Jardin en 2011; una de las películas de acción más sucias y trepidantes de esta década, que ahora ha sido vulgarizada y despojada de todo músculo y energía propia.
De aquel adrenalínico relato que seguía durante una noche a un policía corrupto implicado en el robo de un alijo de cocaína mientras buscaba a puñetazo limpio a su hijo, secuestrado dentro de una discoteca plagada de criminales y narcotraficantes, hemos pasado a ver prácticamente la misma historia, pero con Jamie Foxx dando tumbos por un casino de Las Vegas. Incapaz de repetir la misma fisicidad en las peleas cuerpo a cuerpo, ya que la única aportación de valor que hace esta nueva Noche de venganza sobre su predecesora es el cambio de escenario da especial lástima que el director suizo Baran bo Odar se muestre incapaz de sacar partido a la ambientación en la ciudad del juego. Tanto da la localización del filme si la plasmación del espacio queda tan deslucida que sonroja compararla con el aprovechamiento narrativo que se desplegaba en la película original, a medio camino entre las fases de un videojuego y los percances de John McClane en la primera Jungla de cristal.
El resto de variaciones que introduce Noche de venganza son de mero maquillaje sobre el argumento original, en la mayoría de ocasiones estropeando o haciendo más aparatoso lo que en el filme de Jardin eran elementos funcionales. Por ejemplo, es una buena noticia que Michelle Monaghan pueda interpretar a una detective más experimentada e implacable que la inocente advenediza de Lizzie Brochere, pero al dar mayor relevancia a su personaje pierde credibilidad el engaño que sufre y, por lo tanto, el supuesto giro de guión que la película se esfuerza por demorar sin sentido. Como sucede con los remakes hollywoodienses de otros brillantes thrillers recientes del cine mundial, ya sea Cruzando el límite (Fred Cavayé, 2008) -en Los próximos tres días (2010)-, Oldboy (Park Chan-wook, 2003) -en Old Boy (2013)- o El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) -en El secreto de una obsesión (2015)-, lo único que puede ofrecer Noche de venganza es un reparto más conocido al servicio de una historia contada de forma rutinaria y desapasionante. Mucho más interesante habría sido ir con cualquiera de ellos (Foxx, Monaghan, pero también Scoot McNairy, Dermot Mulroney, Gabrielle Union o David Harbour; todos buena gente) a ver la película original con un combo de palomitas con refresco en vez de sufrir cómo te la cuentan dando cabezadas.
A favor: Puede despertar el interés de algún espectador en recuperar la película original.
En contra: Es un desperdicio del talento de todos los implicados, de los intérpretes al director de fotografía Mihai Malaimare Jr. (The Master).