Chismorreos de época
por Quim CasasWhit Stillman sigue retratando universos entre pijos y diletantes, aburguesados y solo en apariencia complacientes. Esta vez lo hace con el ritmo fogoso de la screwball comedy, aunque con una métrica algo más relajada que la exhibida en las gloriosas La pícara puritana, La fiera de mi niña, Historias de Filadelfia o Un marido rico, y trasladándonos a una época pretérita, la Inglaterra de 1790, de la mano de Jane Austen.
Lady Susan es el título de la novela corta y primeriza que no fue publicada hasta años después de la muerte de Austen, en 1817. Stillman ha preferido cambiarle el título. Del nombre de la protagonista principal, una viuda joven y atractiva que se mueve como pez en el agua en los ambientes de la alta sociedad a la caza de un marido rico –como en el filme citado de Preston Sturges– y un buen pretendiente para su hija, pasamos al de Amor y amistad, dos conceptos bastante esquivos a lo largo del relato. Quizá sea un intento de seguir rentabilizando el éxito cinematográfico de la escritora después de las adaptaciones de Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, otros cuatro conceptos enfrentados.
Hay orgullo y hay prejuicio en el filme de Stillman. Hay sentido (todo lo que hace Lady Susan Vernon lo tiene, aunque sea un personaje ambicioso y muy poco escrupuloso) pero escasea la sensibilidad. Quien puede tenerla es la hija, pero acaba siendo una marioneta cuyos hilos tensa u olvida la madre. Hay poco amor y algo de amistad, como la que se profesan, a veces por simple cuestión de interés, Lady Susan y Alicia Johnson. Stillman ha reunido en estos dos personajes a sus actrices de The Last Days of Disco (1998), Kate Beckinsale y Chlöe Sevigny, en un cometido no tan distinto al de aquella película sobre amistades y rivalidades desarrolladas en las discotecas ochenteras de Manhattan en vez de los palacetes y mansiones británicos de finales del siglo XVIII.
Por momentos, Amor y amistad parece un programa televisivo sobre chismorreos y cotilleos de famosos y famosetes. Vemos cuerpos, ropajes y utensilios que pertenecen a otra época, pero los gestos, las palabras y lo que estas esconden de forma poco sutil son perfectamente intercambiables con el mundo mediático de nuestro tiempo. Stillman filma este universo decadente como si no lo fuera, de manera algo despreocupada –nunca ha sido tampoco un cineasta muy cuidadoso–; parece que comprende o esté de acuerdo con sus personajes aunque no sea así y la sombra malévola de la ironía aflora en cada recodo del encuadre y en cada mirada de la inteligente y arribista protagonista.
A favor: la fluidez de situaciones y diálogos, la rapidez de las réplicas.
En contra: que no se espere una versión tradicional de Jane Austen, ya que la novela original tampoco lo es.