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    El gran baño
    Críticas
    2,5
    Regular
    El gran baño

    Machotes pasados por agua

    por Alberto Corona

    Previo al apoteósico clímax de Full Monty, el tan hábil como generoso guión de Simon Beaufoy condensaba la temática del film en una escena breve, pero que por sí sola bastaba para anegar en lágrimas los rostros del público. La mujer de Dave (Mark Addy) creía descubrir qué había estado haciendo su marido desempleado durante los últimos meses, y la revelación de que se había convertido en stripper conducía al inevitable derrumbamiento del personaje, presa de la ansiedad y la vergüenza, preguntándose quién demonios iba a querer verle desnudo. La mujer de Dave, entonces, se limitaba a responder “Yo”, y así se clausuraba tanto una de las escenas más emotivas del cine noventero como el más sintético discurso de qué podíamos hacer los hombres, atropellados por la historia y los devenires sociales, para entendernos mejor a nosotros mismos y llevar una masculinidad que dejara de coartarnos y hacernos infelices. De los fracasados que bailaban a Donna Summer en la cola del paro a los tipos deprimidos que en El gran baño deciden hacer natación sincronizada no hay un paso demasiado ambicioso, pero sí bastante torpe.

    En la nueva comedia de Gilles Lellouche, que junto a una amplia tropa de amiguetes ya tocó temas parecidos hace unos años en Los infieles, el hombre de mediana edad es sistemáticamente pisoteado por su entorno y reducido a un patetismo del que es dolorosamente consciente. Sin embargo, esta vez no es culpa de Margaret Thatcher, sino de un conjunto de malas decisiones y defectos propios que no les impide ser desagradables con quienes consideran inferiores a ellos, ni perpetuar el patriarcado del que no dejan de ser víctimas. Los personajes luminosos, perdedores y entrañables de la película de 1997 ahora son sólo pobres gilipollas, y aunque dicho planteamiento podría llevarnos a lugares interesantes, El gran baño está demasiado pendiente en los chistes de corto recorrido, y de lo presumiblemente gracioso que es ver a cuarentones en bañador, como para aportar algo al debate y demostrar que se hace cargo de lo confuso que es todo ahora mismo. De hecho, lo único que parece haber aprendido de Full Monty es lo socorrido que es concluir una historia de este corte mezclando el triunfalismo con la horterada liberadora, siendo el You Can’t Leave Your Hat On de Joe Cocker sustituido por el Easy Lover de Phil Collins y Phillip Bailey. Que, a ver, claro, funciona. Pero no es suficiente.

    Y no deja de ser una pena, porque El gran baño cuenta con un reparto entregadísimo donde cada interpretación ya tiene interiorizada la derrota, y por ello habría de merecer una historia a la altura. De Mathieu Amalric a Guillaume Canet, probablemente dos de los rostros más tristes del cine francés, todos los actores de la película de Lellouche cumplen sobradamente y tienen sus correspondientes momentos de lucimiento, pero acaban siendo desenfocados no ya sólo por el perezoso tratamiento de la historia, sino por una narración deficiente que no sabe cómo profundizar en el background de cada uno de los protagonistas sin que esto entorpezca la trama principal. Es por ello que El gran baño contiene un ritmo terrible e impropio de una comedia que debiera encontrar sus puntos más afortunados en las abundantes interacciones entre sus personajes y su creciente compromiso con el deporte y el equipo, pero que en su lugar se extiende hasta casi dos horas de duración sin que nadie sepa muy bien por qué.

    Todo, para que al final la escena homóloga a la catarsis de Mark Addy se reduzca a la mujer de Amalric diciéndole a la asquerosa de su cuñada que vale, no es que la natación sincronizada sea lo más varonil del mundo, pero y qué, sigue queriendo a su marido igual. Allá donde una peli británica de los noventa pugnaba por buscar una masculinidad alternativa, desligada de los modelos arbitrarios de la sociedad, y donde algo como la gordura sólo importaba en la medida que tú quisieras, los protagonistas de El gran baño, una vez acaben el último baile, van a seguir acomplejados... aunque al menos esta vez no hayan tenido la necesidad de quejarse en ninguno de sus innumerables chistes casposos de que sus dos entrenadoras sean mujeres. Algo es algo. Supongo.

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