¿Sabes quién plantó ese cerezo?”, la respirada vida.
Tres almas necesitadas, cada una con su propia historia, pues “todos en este mundo tienen algo que contar” sólo hay que saber observar y escuchar, atender y apreciar, y en ello es entusiasta, delicada y suprema está humana cinta de Naomi Kawase, un envolvente drama sensible, suave y de pulcra presencia que se toma su tiempo para expresar, aclarar, enternecer y unir a un trío que se tropieza con urgencia solicita de confort, apoyo, refuerzo y entendimiento propio sobre las vicisitudes, los errores, las esperanzas y los presagios que abren la oportunidad a sanear, esperanzar, reforzar y aportar la valentía suficiente para dar un paso hacia delante y avanzar.
Los ojos tristes de uno, el amor por los cerezos de la otra, la inocencia curiosa y tierna de quien enlaza, inspección indagadora para una triangular armonía que busca crear su propio anko y que los dorayakis salgan deliciosos y perfectos en su elaboración y consumo, participada coordinación de disfrute y enseñanza tanto en la preparación como en la venta y degustación de tan sabroso dulce, ese postre pausado y exquisito que, al tiempo, puede ser la vida.
Es bonita, simpática, agradable y encantadora, a través de la enfermedad, el arrepentimiento, el aislamiento y la soledad adquiere consistencia de drama mesurado pero sereno, una obligación y un encerramiento interior que entorpecen el funcionamiento natural del compás vital de la existencia y del beneplácito y goce del sentir de sus emociones, ansiada libertad como motor de engranaje y objetivo de ese mundo donde debe brillar el sol, donde se debe valorar y estimar la salida y puesta del astro rey, de cada día que nos regala pues “sonríe cuando algo esté bueno” y hay mucho, variado y apetitoso, válido y loable alrededor nuestro, en reserva y espera para ser desperdiciado con afligida pena, descortés descuido y torpe excusa de no confiar en ti mismo y seguir tu propio camino.
Tranquilidad, ilusión y cariño se mueven en equilibrio alrededor de esa pequeña pastelería, en medio de tan hermoso cerezo blanco, refugio de males que la comida aplaca y suaviza, conmueve y ralentiza pues, da igual lo qué te haga sufrir y apenar, un deleitoso postre alivia el dolor y pone color a esas mejillas cuya sonrisa va anexa a ellas como expresión de un breve, pero maravilloso, descanso y reposo, donde el placer y todas las sensaciones de la comida es delicia que lo borran todo, aunque sea sólo momentáneamente.
Curiosidad en la conversación, interés en la enseñanza, emoción en la compañía, alegría en el alivio hallado, estimado roce que va floreciendo cual árbol hermoso, puro y esbelto hacia la querencia y consideración por quien es sabia en años/inteligente por tormento padecido; “los pájaros tienen suerte, son libres”, escogen donde volar, posarse e iniciar de nuevo el vuelo, no son obligados a la reclusión ni forzados al abatimiento de un maldito escondite y rutina que separa y destruye el alma.
Su tragedia se filtra más a través de la mirada y los silencios que de la propia explicación narrada, energía y duelo para una aplacada historia de padecimiento y obediencia, de remordimiento y fuerza donde su ilustrada enseñanza se mantiene en un tibio y tenue intercambio de información y palabras donde es la escucha, la cercanía y la devoción y respeto por su recorrido relato rememorado la que te envuelve, con ese aroma de recogimiento y sensibilidad por ella.
Un atormentado jefe y una peculiar anciana, llegada inesperadamente de ninguna parte, cuyas deformes manos elaboran un fantástico manjar de tortitas con judías, más una joven aún inocente y entera y ese toque trágico de denuncia social e injusta incomprensión generalizada hacia rechazados semejantes que turbia y amarga, conmueve y se atiende sutilmente pero, se elige diluir en azúcar, a fuego lento, con paciencia para que seduzca y sea más vendible y aceptable, para que llegue a su ideal temperatura de cata y saboreo.
A pesar de la diferencia cultural se absorbe con segura base de gusto y agrado, tres bolas cuyo taco del destino golpea con prudencia, afectividad y decoro; no lesiona, no invade, no deja huella, es un tentempié que alivia y contenta, aunque su maestría existencial filosófica sea de sugerencia media.
Como buena y querida golosina se acepta, abre, devora y agradece, queda como curiosa y sentida anécdota de una elección gustosa..., se quiere por su ternura y mimo en el ofrecimiento de compañía y ayuda no solicita.
Lo mejor; su ritmo lento de observación y escucha.
Lo peor; su drama es un boceto que no ratifica el dibujo marcado.
Nota 6,1