No tan encantador
por Alberto LechugaHay propuestas ante las que cabe poca sorpresa. El príncipe encantador, a la postre, anuncia en su cartel que comparte productor con Shrek. Lo que nos encontramos entonces es, efectivamente, una aventura animada que juega a retorcer los convencionalismos del cuento de príncipes y princesas para actualizar los tropos clásicos a una sensibilidad actual. Un reajuste que habitualmente tiene que ver más con la operación de marketing que con otra cosa: ¿cuántas relecturas desde el presente no acaban delatándose como más conservadoras que la original cuando se quieren transgresoras y modernas? Ah, la tiranía de la corrección política.
Sea como fuere, a la modesta ambición de El príncipe encantador conviene leerla en otra clave, la de las producciones animadas de industrias periféricas - con Canadá, Bélgica y Rusia a la cabeza - que cada mes encontramos en la cartelera con más éxito de lo que pudiéramos prever. Con menos medios que las superproducciones norteamericanas y menos artesanales (o autorales) que la producción animada media de Francia, este tipo de producciones juegan sus cartas a un cine de entretenimiento que busca conectar con el público infantil por la fórmula del consumo rápido y la fácil digestión. Una propuesta lícita que a veces se resuelve en películas dignas para que nuestros más pequeños se entretengan (y sus padres descansen) y otras en subproductos que, en el mejor de los casos, reciclamos como fuente inagotable de 'memes' (benditos los brasileños de Video Brinquedo). El príncipe encantador, afortunadamente, cae más cerca del primer grupo.
El protagonista no es otro que el príncipe azul de los cuentos de toda la vida, el gallardo donjuán al que esperan todas las damiselas en apuros. Solo que esta vez detrás del encanto irresistible del príncipe se encuentra una maldición que le condena a no conocer el amor verdadero (tampoco el propio, entonces, claro). Un maleficio que habrá de romper a contrarreloj, por lo que se embarcará en una aventura acompañado de una damisela 'in-disguise' que, lejos de estar en apuros, será la que rescate del príncipe. Un intercambio de roles que, como mandan los cánones, llevará a sus personajes a realizar el trayecto interior inverso, dejando aquí finalmente esa sensación 'lampedusiana' que apuntábamos al principio.
En cualquier caso, El príncipe encantador es una aventura animada aceptable dentro de sus parámetros, de los que no conviene salir para juzgarla. Un pequeño regalo para los padres que acompañen a sus hijos: el buen número musical de una (medio)oráculo (en el original con la voz de Sia) y cuya inventiva remite al Disney de finales de los 90.
A favor: El número musical de Sia.
En contra: Su lectura de género acaba siendo más conservadora que la de los cuentos que parodia.