Las sin nombre
por Marcos GandíaDesde que el éxito de [REC], co-dirigida junto a Paco Plaza, le convirtiera en un autor mainstream, más allá del galardonado y de culto cortometrajista y el cineasta que había irrumpido en ese nuevo fantástico nacional con Los sin nombre, Jaume Balagueró emprendió una filmografía ya no tan abiertamente de género (aunque la cuarta entrega de la niña Medeiros y sus infectados fuera un divertimento muy poco comprendido) pero que exploraba los ítems en los que ese cine de terror español se estaba transformando: en un acomodaticio, pulcro y comercial terreno.
El torturado, enfermizo, universo del firmante de Darkness, presente en sus cortos, su debut adaptando a su manera la novela de Ramsey Campbell y en secuencias aisladas de sus títulos más para todos los públicos, se rendía ante suspenses e intrigas de manual, tan elegante y funcionalmente acabadas como en el fondo intrascendentes. Mientras dormías parecía olvidar al Jaume Balagueró de sus comienzos (era como la versión limpia y más de la escuela J. A. Bayona e imitadores de su televisiva y excitante Para entrar a vivir) y abrirle un camino hacia otras propuestas, tan loables como las más radicales de antaño.
A la espera de esa comedia que quiere filmar, Balagueró, sin duda uno de los nombres clave de nuestro fantastique y que se merece todo el respeto del mundo, nos sorprende con esta (según sus palabras largamente esperada: 14 años en el proceso de realización) puesta en imágenes de una novelita bastante mediocre: La dama número trece. Y más que la agradable sorpresa de volver a ver al director en un ambiente que le va como un anillo al dedo (conspiraciones esotéricas, sectas innombrables, niños en peligro, madres coraje, muertes horribles y una sensación de estar viviendo una pesadilla sin fin), casi como una cara B de esa seminal Los sin nombre ya citada o como un curioso e insólito acercamiento a las tenebrosas madres de la filmografía más esotérica de Dario Argento, está la sorpresa (negativa) de ver a un narrador incapaz de contar con emoción la historia, de ser un mero ilustrador, sin garra la mayoría de las escenas, de un guión por debajo de la media.
Todo es muy de telefilme de tercera, mil veces visto y sin despertar el alma (negra) de los espectadores, además de un reparto especialmente bajo mínimos. Quedan, eso sí, los destellos de ese Jaume Balagueró retorcido (la brutal muerte del chulo, el desenlace en la bañera), los guiños a Argento y a mucho giallo brujeril de Sergio Martino y el oficio del director. Pero eso no basta. Y sabe mal porque admiro (y seguramente seguiré haciéndolo) a Balagueró.
A favor: Sus ramalazos de terror argentino.
En contra: Su absoluta y aburrida impersonalidad.