Superheroísmo en el medievo
por Alberto CoronaLa historia de Robin Hood lleva tanto tiempo siendo adaptada una y otra vez para la gran pantalla que, ante la enésima acometida, es inútil hacerse la pregunta de si realmente hacía falta, como también lo será cuando queramos volver a preguntárnoslo dentro de unos años. Las aventuras del entrañable forajido que roba a los ricos para dárselo a los pobres están revestidas de un encanto mítico y transversal a cualquier época o escenario cultural, por lo que, a la hora de enfrentarse a esta nueva película, quizá sea más enriquecedor estudiar qué nuevo enfoque le ha querido dar al personaje. En lugar de, ya sabéis, limitarse a despachar al Robin Hood de Otto Bathurst con el correspondiente sentimiento de déja vu y vergüenza ajena.
Y ganas de eso no faltan, desde luego, pero el caso es que la película que nos ocupa presenta un cacao tan notorio y anárquico a la hora de retocar la mitología del héroe que merece la pena aunque sea echarle un vistazo, y preguntarse en qué diantre estaban pensando sus responsables. Para empezar, Robin Hood quiere actualizar el escenario medieval en función a una sensibilidad canallita y actual, en clara sintonía al Rey Arturo del año pasado, poniendo a los personajes a decir tacos, envueltos en una iluminación espantosa, y recorriendo burdeles de chirriante hilo musical. Ya era bastante desconcertante que el equipo tras Robin Hood tomara como referencia una película que pretendía iniciar un universo cinematográfico y no dejó demasiado contento a nadie, pero es que además este film —que también tiene la intención de dar a luz a secuelas, spin-offs y lo que le echen— carece totalmente de la inventiva y falta de prejuicios de Guy Ritchie, fallando tanto a la hora de construir personajes badass como cuando ha de dejar atónito al público con una idea esforzasamente desnortada. No hay elefantes gigantes ni coqueteos lisérgicos con el videojuego en este Robin Hood y, por supuesto, Taron Egerton tampoco tiene el carisma de Charlie Hunnam.
Por ahí ya vamos mal. Sin embargo, centrándonos en el retrato del protagonista es cuando la cosa empieza a ponerse más divertida, ya que el guión de Ben Chandler y David James Kelly insiste desde el principio en hacer de la trayectoria de Robin de Loxley un relato reconocible para el gran público más allá de si se acuerda de Kevin Costner o vio la peli de dibujos de Disney: por eso transforman al personaje en Bruce Wayne. El protagonista de Robin Hood es un joven aristócrata que, al volver a su hogar luego de un exilio forzado, se encuentra con que su amada Marian (Eve Hewson) se ha liado con otro, y con que el sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn de camino a convertirse en el nuevo Christoph Waltz) ha hecho cundir el terror entre sus compatriotas. Así que, ni corto ni perezoso, Robin decidirá calarse una capucha y salir por las noches a combatir el crimen manteniendo su verdadera identidad en secreto, y haciéndose llamar “The Hood”. Exacto. The Hood. Suena extremadamente estúpido y de hecho lo es, pero también resulta que esta parte de la película es la que acaba teniendo más encanto, al devenir en una serie de diálogos cómicos y un aire juguetón que le sienta de fábula, y que por otro lado encaja con el revisionismo pop que a lo largo de los años ha sufrido la figura, dando lugar a superhéroes como Green Arrow o el Ojo de Halcón de Los Vengadores.
En la época de inmensa saturación superheroica que vivimos, Robin Hood ejerce de inesperado recordatorio de la universalidad de este subgénero y la facilidad con la que puede adaptar su lenguaje a cualquier época y escenario. Lo malo es que la película de Bathurst acaba llevando esta ocurrencia demasiado lejos —concretamente, a una escena donde “The Hood” se convierte en símbolo para el pueblo y que podría figurar entre los momentos más bochornosos de este 2018—, y más allá de ella resulta que nada tiene mayor interés. El cuestionamiento que recibe la figura de Robin Hood frente a otras formas más diplomáticas de enfrentarse a la opresión podría ser estimulante, pero sólo vuelve a dar cuenta de lo mucho que le mola a esta gente El caballero oscuro, y el dibujo de la Iglesia católica como el verdadero villano a batir en efecto tiene su gracia, pero sólo hasta que advertimos lo mal que le tienen que ir las cosas a F. Murray Abraham para haberse visto envuelto en este percal. Hay muy poco que salvar en el nuevo Robin Hood pero, dentro del pequeño desastre que no deja de ser, al menos hemos podido asistir a la definitiva transformación del arco y las flechas medievales en ametralladoras súper tochas, y redescubierto lo cachonda que puede ser la posmodernidad si te olvidas del sentido del ridículo y, simplemente, te dejas llevar.