El Intenso Thriller de Ford Te Concierne, Te Aflige, Te Transmuta
¿Quién necesita a unos vindicativos Liam Neeson y Uma Thurman cuando poseemos a los "Nocturnal Animals" de Tom Ford?
Ex-director creativo de Gucci e Yves Saint Laurent, actualmente, este tejano es un glorificado diseñador de modas y raudamente también de las artes audiovisuales. Su opera prima ("A Single Man") dentro del medio fue un rememorativo sobre la intimidad emocional que puede ser el cine, un progresión estoica e inenarrable ensimismado en lo visual y subjetivo. Maguer fue excelsamente recibida entre el circulo crítico, nadie auguraba que la segunda disquisición del neófito director sería una pieza maestra instantánea. La boga de su rarificada carrera reside en la nimia preocupación por el detalle y la exactitud estética mediante altas cotas de galanura y originalidad. Como asiduo partidario del pragmatismo doctrinal, su alta diplomacia en trazo y gesto es trasladada con el mismo refinamiento y sutileza a su segundo proyecto, en el cual no solo continua exhumando su ojo crítico en lo orgánico, también demuestra sus privativas facultades literarias con un potente y poético guion de hiel, alevosía, evocaciones, engaños y superficialidades. Los siete años que estuvo fuera no se debieron a una mala experiencia primordial ni a un absentismo cinematográfico, sino a esa prolijidad inherente que lo ha llevado tan lejos
“Nocturnal Animals”, basada discrecionalmente en la novela “Tony & Susan” de Austin Wright, parte de una estructuración narrativa en tres subyacentes y punzantes niveles retóricos, donde lo trascendental no es su naturaleza específica, sino la interpolación entre sí mediante homólogos componentes sintácticos y artísticos. La primera plataforma y eje central del celuloide es la base fílmica primordial, la cual nos confina en la vida de Susan Morrow, una afligida galerista de Nueva York perteneciente a la alta sociedad norteamericana, una cuitada y turbada adinerada mujer que experimenta una crisis matrimonial y un alicaído transcurrir de la vida. Entre las blanquecinas paredes y arquitectónicas escaleras de la galería, el director labra con acidez su faceta esteticista, heterogéneas alegorías en la indumentaria y atrezo de la antiheroina ambientan la ostensible sublimación, muy simétrica y metódica. Un decorado siniestro pero inexpugnable, obscuro pero primoroso, fatídico pero fascinante; epicúreas edificaciones con extrema exquisitez creativa por las cuales la protagonista arrastra sus pies en onerosos tacones, ennegreciendo con huellas infaustas y sordas de infelicidad, aflicción y necesidad de cambio. Subliminalmente, abona el terreno con tonos secos y enlucidos, en donde resalta el preponderante negro, efigie del hermetismo de los personajes. La beldad escénica, magnificencia del vestuario, refinamiento arquitectónico y exaltación pasional son posibles de loar gracias a una imperturbable Amy Adams, un magno papel que se confrontara ulteriormente con otras reputadas reinas de la actuación.
Edward, su ex marido, hace contacto después de 19 años mediante un paquete escrito, en el cual se encuentra el manuscrito de un libro que adjudico a su nombre gracias a que fue el propulsor fustigador que le impelo a desenterrar la recóndita maestría. Patidifusa, asimila la nota adosada en donde exhorta a que lo lea. A partir de ahí, la intoxicante singladura preludia, sin percatarse de la violenta transfiguración que está por emanar. Desde ese punto, la incertidumbre dará un giro diametral ya que no exclusivamente nos sumimos en una ficción íntegramente divergente desde el punto de vista omnisciente y frontispicio, sino que nos hundiremos en una perspectiva parcial, donde el personaje de Adams muda a el narrador involuntario de la crónica secundaria, la cual acapara el protagonismo absoluto. Una historia friccionada entre otra. Es aquí donde certificamos la pródiga dirección de Tom Ford, donde el registro sintáctico y estético se transmuta terminantemente. Aunque aún preside la atmosfera nocturna, la fluctuación de los patrones etéreos se siente, el aura se traslada de desdicha y pesadumbre a tormento y nulidad, aquella controlada conversión alude la participación de un figurado segundo director. Ford se adscribe como artesano indiviso, sublimando el relato de ficción dentro del meta-relato con tanta pureza y distinción como autenticidad y efectividad. No se trata de construir una historia autárquica, se trata sobre los corolarios que esta irroga en Susan en cada paso de página, folio en el que yacen vislumbrados los sentimientos que su ex esposo pretende proclamar, con voz briosa, fusionada en un panorama extravagantemente opuesto. Es aquí donde Ford se despide de la adaptación asidua de la novela base, es aquí donde sus aptitudes intelectuales descollan por su multiplicidad. Un relato que vulnera la virilidad de un texano y demuele el único pilar hegemónico, un varón que está en las puertas del infierno, un hombre caído por la desgracia, impotencia y venganza. Basa sus fundamentos en la venganza. Cada capítulo del meta-relato se amalgaman en la vida de Susan, y exterioriza las secuelas que se condensan dentro de su revolucionado inconsciente, captando paulatinamente el franco rumbo del infortunio escrito. Nos permite ver la influencia radical sobre ella y sobre los personajes en sí, calcando estéticamente cada escena, como la sincrónica postura de bañarse de los protagonistas o la casi imitada posición corporal de los cadáveres y los cuerpos coritos en el film. Una inmersión omnímoda. Aunque somos conscientes de la metamorfosis que se cierne a la protagonista, el meta-relato es quien merenda en el largometraje con sus fenomenales actuaciones, sus vaticinados pero turbadores giros argumentales, su eximia consumación y por la propiedad de lo armónico e histriónico de cada cuadro.
Finalmente, encontramos el nivel expositivo pretérito conformado por los flashbacks. Estas analepsis dirigen sus designios en relacionarnos con las coyunturas retrospectivas que repercuten en la escritura de determinado párrafo, una herramienta para aprovisionar de perspicacia el sub-texto. Después de finalizado, contemplamos las trascendentales consecuencias atribuladas por las historias a los personajes, los cuales reciben conclusiones simbólicamente semejantes. Ella está ahí, totalmente conversa por el insustancial avivamiento de regresar ingenuamente a reedificar su pasado, con un ungüento drásticamente mordaz, expectante, sin fijarse hasta el último segundo de que el protagónico del meta-relato era su auténtica silueta, aquella silueta que suscito todo con un inocua palabra, “débil”. Una intrincada película ostensiblemente neo-noir, en donde lo cardinal no es unificar un nivel y el otro, es comprender la semántica en conjunto. Nada será fácil ni inmotivado en este intenso viaje de venganza, en donde cada escena ficcionada tiene frutos cruciales en la vida de los protagonistas. Una crítica anagnórisis metaficcional y cinematográfica que debe ser encuadrada, loada, deificada. Tom Ford se consolida como un héroe fílmico postmoderno porque corrobora que tu y yo somos mortiferos animales nocturnos.