“¿Por qué no yo?”
Con la sensación de que, debería dar más gracia de lo que en verdad hace, recorres todo su espacio con ese sentimiento absurdo, con esa ambivalencia de ser una comedia un tanto fallida, cuyo drama se siente con contundencia pero que, en conjunto y como mezcla, no llena.
Una sexagenaria, con corazón adolescente y mente revuelta, que con ardientes delirios románticos endulza la tristeza rutinaria de su existencia, esas pasionales ensoñaciones que permiten elaborar su propia historia de amor imposible, donde es ella la bella damisela conquistada por su apuesto príncipe; herida en desilusionada vida, en resquemor pasado que nunca fue como esperaba, todo ello le sitúan en un presente enfermo de soledad y relleno de fantasías noveladas, que recrea con desmadrada insistencia.
La cinta es Sally Field, el relato se vive gracias a ella, se absorbe con ella y conmociona a través de su intensa y deslumbrante actuación, es su desenvolverse natural, su extrovertida interpretación, su intimidad cautiva, su locura inocente, su extravagante vestir -puro cliché-, su rebuscada imagen, su aniñada esperanza, su corazón inquieto, su daño emocional, su quebrada alma..., es toda ella, en ignorancia espléndida, quien logra interesar y cohibir a su público, aunque no tanto como deseas.
Como perturbada vecina, estrafalaria compañera de trabajo, amiga de rutina pasiva, excéntrica hermana, hija por fin liberada, chiquilla inmadura en maduro cuerpo..., la conoces y acompañas en sus invenciones coloreadas, con mirada aplaudida por la magnífica labor intérprete, pero un tanto desapercibida respecto al resto, un tanto distraída respecto a esa divertida historia y su tragedia cómica, mucho más de lo que quisieras cuando la escoges para verla.
Un relato discreto y breve, emotivo y compasivo, adaptación del corto “Doris y el becario”, llevado a la pantalla como cine independiente e indie, que nos expone, con soltura fresca de animación neutra, a una desfasada moza, en traje añejo, que no encaja con el entorno en que se mueve ni al que aspira, dispuesta a revolucionar el ocaso de sus días con el ataque decidido de ir a por el amor de sus sueños.
Entrañable, querida y patética por partes iguales, es labor exclusiva de la excelente y magistral actriz protagonista ese cariñoso ridículo que se percibe por esta bella durmiente, que por fin despierta, y que va a la caza de su beso pendiente y de su “..., y fueron felices y comieron perdices”.
Pequeña y modesta película que escribe y rueda Michael Showalter, que se mueve con esa trágica burla de observar a quien, entrada en años, se comporta como veinteañera recién inaugurada; sonríes, que no ríes -excepto escenas aisladas de situación humillante y mofa penosa-, aunque, mayoritariamente, sufres de lástima bondadosa por esta desequilibrada novia a la espera, que aún piensa “soy posible”, donde el problema no es la perspectiva del vaso medio lleno/medio vacío, es que ni siquiera existe esa copa que valorar, pues todas sus afecciones personales, familiares y laborales -de indagación más profunda, perspicaz y sugerente de lo exhibido- son un engranaje, de alboroto estado, que se debe arreglar con psicóloga urgencia.
Bonita, cálida, para todo público aunque, queriendo complacer y acaparar a todos ellos, deja parte de sus aspiraciones dramáticas y humorísticas por el camino; pretende más de lo que logra, no pudiendo evitar esa sensación de disfrutar menos de lo debido, de apreciar con modestia, pero no respirar con devoción su aroma.
Lo mejor; Sally Field, sin duda alguna.
Lo peor; se conforma con tibieza de logro, sin rematar los esbozos creados.
Nota 5,7