Todo dios debe caer.
A día de hoy, más de medio mundo debe saber quién es Dwayne Douglas Johnson. El de Hayward (California) ganó reconocimiento, mayoritariamente en territorio yanqui, por su carrera como fisiculturista y luchador profesional, sin embargo, fue cuando Hollywood le abrió oficialmente sus onerosas puertas que despegó su verdadero ascenso hacia la viscosa fama. A eso de 2001, recibió su primer papel actoral, el cual se limitó a ser meramente una especie de cameo en “The Mummy Returns” de Stephen Sommers. Sin embargo, a costa de su imparable popularidad y la buena acogida del papel consiguió protagonizar su historia en solitario, una imborrable y bochornosa pieza cinematográfica de tan dudosas cotas de realismo, “The Scorpion King” de Chuck Russell jamás será olvidada gracias a esas bisoñas incursiones en la tecnología CGI. Desde ese momento solo éxitos han llovido sobre los fornidos hombros del estadounidense, proyectos que anunciaban con trompetas el surgimiento de una súper estrella, breakout hits asegurados. Diversos escenarios ha pisado— o simulado pisar —para robarse el corazón de una enorme audiencia: selvas silvestres en “The Rundown”, cumbres embrujadas en “Race to Witch Mountain” o carreteras sedientas de velocidad en “Furious 7”. Absolutamente ningún papel comercial le ha quedado grande a este hombre, quien, con mayor rapidez, continua ganándose los personajes más codiciados del medio; son verdaderamente reducidas las facetas que le hacen falta al actor de 45 años por explorar, pues ha tenido la posibilidad de ser desde hada de los dientes hasta jugador de futbol americano, desde avatar en un videojuego retro-moderno hasta próximamente un villano en el mundo de DC, desde un simpático salvavidas a un bombero y piloto de rescate aéreo. Y como si esto fuera poco, hay que sumarle sus constantes participaciones como actor en la pantalla chica con HBO (“Ballers”) y sus personales videos subidos al sitio web Youtube. Sea por su innato sex-appeal, sus voluminosos músculos, su sonrisa perfecta, su talento como actor o su inherente carisma, “The Rock” — como lo conocen la mayoría — ha conseguido acaparar las miradas de millones de espectadores, quienes, de hecho, son los que le permiten ser una de las estrellas más solicitadas y mejor pagadas de la década en la meca del cine. Pero una cosa es una cosa y otra muy diferente es asociar el éxito comercial de sus películas con la calidad de las mismas o, incluso, con las calidad de sus mismas interpretaciones, las cuales, a juicio de su servidor, han terminado por ser claramente carismáticas pero terriblemente monótonas y casi que idénticas, llegando al punto de pensar que estoy viendo al mismo tipo de la movie de hace dos meses, y en realidad, eso es lo que he sentido con su último trabajo, la gota que rebosó el vaso.
“Rampage” es la típica clase de blockbuster norteamericano. Y no necesariamente de los buenos. Titánicas bestias, pomposas secuencias de acción, líneas argumentales abiertamente fantasiosas, personajes encasillados en el estereotipo y un desastre, un gran desastre que asegure incoherentemente la concepción de una nueva franquicia. Estamos tan agobiados de esta situación que nos pasma dar con una idea original que no se convierta en una desvergonzada explotación.
Warner Bros. lo está dando todo por romper el hechizo sobre las adaptaciones fílmicas de videojuegos— solo en lo que va del año, ha lanzado tres filmes inspirados o fundamentados en diferentes sagas de juegos electrónicos, —la triste noticia es que, en realidad, ninguno ha anulado la maldición. “Ready Player One” queda fuera de juego pues, pese a que utiliza cientos de referencias, lo hace a modo de mix de easter eggs y no como historia en sí, de hecho, es una adaptación del libro de Ernest Cline, por lo que la adrenalina de Steven Spielberg debe quedar excepta de esta temible categoría. Ahora, pese a que muchos están de acuerdo con que la más nueva locura cinemática de Brad Peyton ha conseguido ser la mejor de las adaptaciones de videojuegos debido al consenso de críticos— en Rotten Tomatoes, obtiene una puntuación mínimamente enorgullecedora a decir verdad, — en realidad, es medianamente incorrecto e injusto asegurarlo ya que, teniendo como base a juzgar el propio filme, se percata que aquel pasatiempo arcade de 1986 lanzado por Midway Games no conforma ni siquiera el 20% del ADN de la película de Peyton, es una historia francamente distante; es mejor decir que es una fuente de inspiración, pero drásticamente no una adaptación.
Jugar con híbridos animalísticos que crecen desproporcionalmente y destruyen casi todo Chicago, especialmente para Hollywood, luce sugestiva, luce jugosa, huele a dinero, una auténtica explotación de CGI, y en últimas, eso es en lo que se convierte. No hay una historia que interese realmente al espectador, no hay personajes magnéticos ni especiales a los que coger de la mano en este desgraciado viaje, no hay giros de tuerca potentes y salvadores para el filme, es más, ni siquiera hay una buena ejecución de las secuencias de acción, las cuales, siendo sinceros, han sido una de las más escalofriantemente desabridas, sintéticas y soporíferas en una película de acción de gran presupuesto, encerrar bestias en un cuadrilátero urbano a pelear ya no es tan divertido como antes, sino pregúntenselo a “Pacific Rim: Uprising. ”
Las referencias y “homenajes” son evidentes y ofensivos. Las secuencias de lucha entre estos gigantescos animales recuerdan a los grandes clásicos del cine de monstruos japonés, especialmente el de Kaiju y Daikaiju. Muchos de los set-pieces en las que estos seres disputan sin contención trajeron a mi memoria inmediatamente la hiperestilizada y bombástica “King Kong: Skull Island” de Jordan Vogt-Roberts, la dramática y slow-burn “Godzilla“de Gareth Edwards y, por supuesto, a los clásicos japoneses de Ishiro Honda. Asimismo, una determinada secuencia— nada bien ejecutada — me recordó a la vapuleada y repudiada “The Mummy” de Alex Kurtzman, filme en el cual el único set-piece vívidamente intrigante y excelentemente armado fue el del avión, la caída libre. Lo decepcionante es que nunca cumplen su función, una venia irrespetuosa, simplemente las usan para otorgarle una personalidad ya inexistente a un filme que es tan torpe como interminable.
Hay algo que resaltar en el soundtrack de Andrew Lockington. En distintas partes del filme, mayormente en el primer y segundo acto, las composiciones impuestas sobre determinadas escenas resultaron paradójicamente atrayentes, nunca había escuchado melodías tan inusuales en un filme de acción, el efecto que tenía sobre las escenas era mínimo pero medianamente especial y emociónate. La cinematografía de Jaron Presant luce bien, no espectacular, los zooms característicos de los videojuegos de nueva generación están bien empleados, cuatro en total es la cantidad perfecta, pero no hay propuestas arriesgadas o innovadoras, un factor que debía ser clave en este tipo de filmes en los que el guion es terrible, las imágenes deben brillar, Hollywood debe, al menos, atraer gente a los cines por sus exagerados diseños de producción y arte, pero a decir verdad, si los números que gana Warner por esta película son fabulosos la única causa justificable es The Rock, pues su mediocre CGI y su fútil premisa terminan por ser, en lugar de un buen foco de atención para la audiencia, una severa alerta para el bolsillo del espectador. En cuanto a la edición de Bob Ducsay y Jim May no muchas cosas buenas se pueden decir, ya que el filme es tortuosamente extenso para ser un blockbuster pre-veraniego, casi dos horas de gags visuales obscenos viniendo de un mono albino y luchas estrambóticamente inefectivas depredan el interés del espectador y terminan por agobiar aún más la experiencia, una táctica lacerante, una pesadilla interminable que hizo que bostezara casi quince veces, relájense, las largas duraciones solo son aceptables con filmes como “Blade Runner 2049.”
“Rampage” de Brad Peyton no es un pésimo largometraje, pero tampoco uno medianamente disfrutable, tiene un gran cast— el cual es desafortunadamente tirado a la basura — pero personajes mal estructurados, todos unidimensionales. Las secuencias de acción, principal oferta del estudio para la audiencia, son estrambóticas— no en el buen sentido de la palabra—, su edición no brinda impacto alguno a la experiencia cinemática que supuestamente ofrece. El filme no maltratará la imparable carrera de The Rock, sin embargo, comparado con la media de sus proyectos y la anterior y muchísimo más emocionante disaster movie con el mismo realizador (“San Andreas”) es tristemente inferior. Termina siendo un auténtico juguete, grandilocuente y vacío entretenimiento que ganará millones de dólares pero que será olvidada tan fugaz como la destrucción de Chicago; excesivamente larga, monótona y torpe; la última apuesta de Warner Bros. en el universo de las adaptaciones de videojuegos cae a las últimas posiciones de la lista.