Actos de amor
por Carlos LosillaTras todos sus juegos metalingüísticos, Mapa, el primer largometraje de Elías León Siminiani, era en el fondo una historia de amor. Nos estamos desacostumbrando a ver el cine como una mirada que se proyecta sobre alguien, ante todo sobre el espectador, e intenta observar y comprender. O como el inicio de un pensamiento que se vuelve sobre nosotros mismos para que nos entendamos mejor. Nada garantiza el éxito de esa operación, y es verdad que demasiadas veces termina en fracaso, pero el intento siempre encierra una cierta belleza, la misma que en ocasiones logramos entrever en la pantalla. Por el contrario, estamos vanamente empeñados en ver películas como quien examina pacientes o valora comportamientos, sin que todavía nadie haya comprendido que los críticos no somos médicos ni jueces. Apuntes para una película de atracos, el largo que sigue a Mapa en su incipiente pero apasionante carrera hasta el momento, nos enseña que ver cine o hacerlo supone solo buscar, como entre las sombras o en mitad de la noche, algo o alguien en quien podamos creer, aunque sea por el breve tiempo que dura la proyección. Como en una continuación de aquel romance que empezó en Mapa, ahora se trata de seguir por el camino iniciado y ver qué nos espera en su transcurso.
Elías y Ainhoa, que finalizaron la primera etapa del sendero en Mapa, se enfrentan ahora a otro reto: van a tener una hija. ¿Cómo representar eso sin parecer presuntuosos o autoindulgentes? ¿Cómo ver los miedos que los atenazan y comunicárselos honestamente al espectador? Pues quizá buscando en el exterior de sí mismos, quizá en aquello que mejor saben hacer, en este caso el cine. Apuntes para una película de atracos versa sobre el amor y el trabajo, como ocurría en el cine de Howard Hawks. Los vemos en su casa, con esa tercera persona que ahora también forma parte de sus vidas, pero también con una cuarta que invade procelosamente su intimidad, puesto que surge de la obsesión, de las preguntas sobre el significado del mundo, y acaba entrelazando lo cotidiano y lo extraordinario, la vida que uno lleva y el relato sobre otras vidas posibles. Un butronero, encarcelado por el atraco a un banco que fracasó, se convierte en ese intermediario. Elías contacta con él, habla con él, se intercambian cartas que el otro envía desde la prisión y, cuando sale de permiso, se conocen y hablan: de sus respectivos “oficios”, que consisten en buscar y –solo a veces-- encontrar, de ese otro oficio de ser padre. Pues este segundo largo de Siminiani cuenta las dificultades que siempre nos asaltan cuando intentamos llevar la vida que queremos, y recrea las fantasías y los miedos que se nos cruzan en el camino, ya se trate de tener una pareja, de afrontar la paternidad o la maternidad o de recorrer el subsuelo de Madrid en busca de una quimera. Apuntes para una película de atracos es una película de aventuras generacional que enlaza con esa gran tradición del cine español, desde Esa pareja feliz o La vida por delante a Los restos del naufragio.
No estamos ante un documental, pero tampoco ante una ficción. Podríamos decir que Siminiani siempre va en busca de una ficción, de un relato. Siempre intenta entenderse a sí mismo y a quienes están junto a él a través del salto a la narración: si nos podemos contar cosas a nosotros mismos, si podemos convertir nuestra vida en una fábula para entenderla, entonces todo irá bien. Por eso sería injusto decir que Siminiani utiliza a Flako, el butronero, para hablar de sí mismo. O, más que injusto, sería banal e irrelevante. Cualquier cineasta convierte su entorno en un reflejo de sí. Cuando, en la segunda parte de la película, Siminiani cede el mando de la voz over a su nuevo amigo –esta es también una historia de amistad--, Apuntes… se convierte en la confesión de alguien que explica sus métodos, su vida, también sus miedos y anhelos, para que el cineasta los utilice a su antojo. Y no por ello este se convierte en un traidor o un manipulador. Al contrario, esa cesión es un acto de amor, de la misma manera en que lo es también el hecho de que Siminiani la acepte y la transforme. Como dice el título, esta podría haber sido una excelente película de atracos, pero la cosa no va por ahí. En lugar de ello, en sustitución de ese cine negro español de los 50 y 60 que el cineasta cita explícitamente, surgen otros “apuntes” que finalmente se convierten en el corazón de la película: si tanto Elías y Ainhoa como Flako y su mujer están buscando caminos, quieren poner orden en el mundo para entenderlo, ya sea filmando o recorriendo alcantarillas, quizá sea porque todo --al fin y al cabo, tanto el cine como la vida-- es una cuestión de puesta en escena.