Como impostora Melissa McCarthy no podría resultar más auténtica.
por Manuel PiñónPara los que todavía necesitan que un drama legitime a un actor de comedia, no hay duda de que ¿Podrás perdonarme algún día? será para la carrera de Melissa McCarthy tan efectivo como poner barba a Robin Williams, romper el corazón a Jim Carrey o conseguir que Tom Hanks adelgace. ¿De verdad alguien que conociera a la Sookie de Las chicas Gilmore dudaba de la profundidad y variedad de registros de esta mujer? Superado ya este trámite de la “película seria”, aceptado ya que sí, que McCarthy es graciosa porque, por encima de todo, es una actriz estupenda, sería una pena que pasase sólo como un vehículo de lucimiento y no como lo que es: una historia inaudita que toca temas tan trascendentales como la creación, el castigo, la culpa, la frustración…
Podría haber sido la base argumental de la obra de algún escritor ruso o el guión que habría necesitado Woody Allen para recuperar un tono melancómico a medio camino entre Delitos y faltas, La tapadera o Balas sobre Broadway, y sin embargo no necesita ser ninguna de esas cosas para explicarse a sí misma. Para empezar, no se da ninguna importancia. Tampoco siente la urgencia de cumplir expectativas, pasar la lija por sus lados más ásperos o atenerse a los convencionalismos. Su protagonista, la escritora Lee Israel, una escritora especializada en biografías con tantos problemas económicos como de sociabilidad, no es un personaje agradable ni siquiera para ella misma. Tampoco para el espectador a la incómoda pero entrañable manera que lo sería un neurótico como Jack Nicholson o un misántropo como Larry David. En ella, mujer, lesbiana, alcohólica y fea los malos modos no resultan tan simpáticos. Quizá ese habría sido material suficiente para un drama, pero es sólo el manto con el que carga. Lo que le pesa a Israel no son tanto los kilos como los sentimientos tan negativos que despierta a su paso.
En un momento dado de ¿Podrás perdonarme algún día? experimenta la humillación de que otros le digan que su casa apesta. Es decir, da acceso a su intimidad y son los otros los que le descubren que huele a pis de gato, restos de comida podrida y años sin ventilación. Pocas cosas como la falta de higiene y los olores fuertes predisponen de una forma tan visceral contra una persona. La mezcla de vergüenza e ira que expresa McCarthy en esa escena conmueve y golpea a la vez. Es el tipo de hallazgos, basados en pequeñísimos detalles que a otros se le escapan, con los que Nicole Holofcener ha hecho una de las filmografías más discretas y subestimadas del cine norteamericano contemporáneo. Esta mujer, responsable de joyitas como Amigos con dinero o Sobran las palabras, ha coescrito el guión que adapta las memorias de Lee Israel en las que se basa la película. Por eso, más allá de la brillantez de McCarthy en uno de los papeles de su vida, quizá habría que colocar el foco tanto sobre ella como en Marielle Heller, la directora de ¿Podrás perdonarme algún día? Si no son ellas, ¿quiénes iban a contar historias sobre mujeres desagradables que hacen cosas lamentables? Woody Allen desde luego que no.