El edificio portugués
por Violeta KovacsicsMiguel Gomes, que ya había fragmentado su anterior película, Tabú, que viajaba del Portugal contemporáneo al periodo colonial, divide cada uno de los tres volúmenes que componen Las mil y una noches en diversos relatos con formas cambiantes. En esta segunda pieza, El desconsolado, Gomes presenta tres capítulos ciertamente distintos. La película se abre con la imagen de un dron, perverso objeto que tan bien define los tiempos contemporáneos, paradigma de la seguridad tal y como se entiende hoy en día. El artefacto metálico sobrevuela aquí un árido paisaje rural, de árboles verdes, tierra rocosa y pasto amarillento por el que viaja un hombre ("el hijo de puta de Simao”, como lo define la voz en off), un fugitivo que tras cometer un crimen ha escapado de la justicia. La huída de Simao sirve de ejemplo del tono y la forma deambulatoria de la película. También, de sus derivas fantásticas. Y de la capacidad de desplegar tanto el gusto por el relato y la fábula como la crítica política. Esta misma combinación se puede observar en el segundo episodio de El desconsolado, una sátira que pone en escena el funcionamiento de la justicia. En este capítulo, una jueza estricta tiene que lidiar con una serie de testigos variopintos con el fin de esclarecer el delirante robo de unas vacas. El espacio, teatral, convierte la corte en pura representación.
El mejor capítulo de El desconsolado es el último, titulado “Los dueños de Dixie”. Se trata de una suerte de película coral vehiculada a partir del perrito Dixie, que va pasando de mano en mano, entre los habitantes de un mismo barrio. El capítulo define a la perfección la esencia poliédrica de Las mil y una noches de Gomes. Este es un capítulo en torno a la comunidad, que se construye mediante un retrato impecable del espacio. Y he aquí un apunte disperso, tan deambulatorio como estas noches portuguesas: la manera que tiene Gomes de filmar y de elaborar el espacio urbano y de la vivienda tiene mucho que ver con la de John From, otro filme portugués cuyo universo, pop, libre, cómico y crítico, entronca con el de Gomes.
“Estamos entrando en un film donde todo es posible y aceptado, de la ficción al documento”, escribía Quim Casas en esta misma web con motivo del primer volumen del filme magno de Gomes. Las mil y una noches resulta un filme tan político como poético. Sin embargo, no es político únicamente porque ahonde en las causas, consecuencias y circunstancias de un Portugal en crisis, sino porque su forma lírica y libre supone ya de por si un gesto político. Las mil y una noches es como un cuerpo que se baña en un río, que fluye con la corriente, en contacto con el mundo, inmerso y liberado.
A favor: Dixie.
En contra: Nada.