Retrato poco temperamental
por Paula Arantzazu Ruiz“En el escenario hago el amor a 25.000 personas diferentes. Luego me voy sola a casa”, dijo en su día Janis Joplin y esa cita ha quedado como la sentencia más absoluta de la energía y de la soledad de la artista, parámetros emocionales sobre los que basculaba la dama blanca del blues hasta que el 4 de octubre de 1970 una fatal dosis de heroína acabó con su vida en una solitaria habitación del Hotel Landmark (Hollywood). Tenía 27 años y estaba grabando el que sería su cuarto y póstumo álbum: Pearl (1970) En Janis, el nuevo documental sobre la cantante después de una aproximación urgente realizada por Howard Alk en 1974, Amy Berg se acerca a Joplin buscando antes las razones de su soledad que las de su fervorosa energía, indagando en las cartas que la artista enviaba a su familia, amigos y amantes, casi todas en busca de la aprobación que atajara la tristeza que le acompañaba como su sombra.
Las misivas firmadas por la propia Janis son sin duda el mayor atractivo de un documental que, por otra parte, apenas se arriesga por ir un poquito más allá a la hora de retratar a la protagonista. Janis utiliza material de archivo, entrevistas con familiares y amigos, imágenes de sus conciertos míticos en Monterrey y Woodstock pero no se desvía ni un milímetro del demasiado anquilosado esquema del documental musical. Optar por el perfil melancólico y vulnerable de Joplin es una decisión legítima, aunque también nos hubiera gustado ser testigos de su lado más feroz y agrio: en el documental se esquivan anécdotas sobre la salvaje sexualidad de Janis (apenas sale mencionada Peggy Caserta, una de sus amantes más conocidas) o sobre sus juergas como icono del rock n’roll con Jimi Hendrix o Jim Morrisson, a quien, por cierto, le rompió más de una botella de SouthernComfort en la cabeza por propasarse con las manos. Se hace hincapié asimismo en su amor perdido por David Niehouse pero casi no aparece su último y supuesto prometido Seth Morgan, quien no ha acabado en los anales del rock precisamente por su generosidad con la cantante.
Berg, así las cosas, intenta que pasemos suavemente por la vida de una mujer cuya existencia fue del todo menos delicada. Y a pesar de que la cantante Cat Power presta su aterciopelada voz para narrar el contenido de esas cartas sobre las que se apoya la película, tratando de simbolizar la enorme influencia que Joplin ha tenido en sucesivas cantautoras estadounidenses desde que falleció Joplin, sentimos que la cineasta no ahonda lo suficiente en la importancia capital de Janis como icono musical, contracultural y feminista. Hay cuatro o cinco entrevistas en los títulos de crédito a Pink o Juliette Lewis donde hablan de cuánto supuso escuchar por primera vez la desagarradora voz de la homenajeada y lo cierto es que saben a poco. No esperábamos que este acercamiento a la artista nos arrastrara en un malditismo de prensa amarilla, pero sí nos hubiera gustado un trabajo no tan apresurado como para no ser justo con la realidad.
A favor: La melancolía que estilan las cartas de Janis. Son demoledoras.
En contra: Que Amy Berg apenas sabe extraer pasión de un personaje cien por cien temperamento.