La culpa compartida
por David SaavedraLa nueva película de los hermanos Dardenne comparte ambientación –la ciudad belga de Seraing- y estructura narrativa con su anterior filme, Dos días, una noche (2014). Si en aquella ocasión, la protagonista se dedicaba a intentar convencer uno por uno a sus compañeros de trabajo para que renunciasen a una mejora salarial y así evitar su despido, la de La chica desconocida se encomienda a una misión algo más quijotesca para lavar su sentimiento de culpabilidad. Ella es Jenny (Adéle Haenel), una médico de familia que no respondió a una llamada al timbre de su consulta cuando ésta estaba cerrada. Posteriormente, la policía le comunicará que quien llamaba y fue captada por las cámaras, una joven africana desconocida, falleció esa misma noche.
A partir de ahí, el relato social confluye con una trama cuasi detectivesca, ya que la doctora se dedicará a hacer sus pesquisas interrogando a diversas personas que podrían haber conocido a la víctima. Virtud del guión de los Dardenne es que al personaje no le interesa, en absoluto, descubrir quién fue el culpable ni cómo murió la chica, sino simplemente conocer su identidad. Las metáforas se presentan así con bastante evidencia, y apuntan hacia la problemática de la negación de auxilio y la necesidad de poner nombres y apellidos a los anónimos inmigrantes como forma de encontrar la empatía humana con ellos. El dedo señala, en suma, a la culpa compartida de Europa… pero no solo a eso, ya que, como es marca habitual de la casa, todas las decisiones están sometidas a una complejidad que dificulta el juicio moral fácil.
Pese a ello, nos encontramos ante una película menor en la filmografía de los belgas. Hay agujeros en la parte más procedimental de la trama, las secuencias más puramente médicas carecen de interés, los personajes no están suficientemente desarrollados y, mal endémico en gran parte del cine de los Dardenne, carga las tintas en un tono excesivamente grave y taciturno. Su falta de aire no se lo pone fácil al espectador aunque, una vez más, su diagnóstico del aquí y ahora y de la problemática de la clase obrera en Europa vuelve a ser lúcido, sin incurrir en clichés perezosos.
A favor: La entregada interpretación de Adéle Haenel, presente en todos los planos
En contra: El tono permanentemente malrrollero del relato y la planicie de los personajes terminan por distanciar al espectador de modo contraproducente.