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    Kingsman: El círculo de oro
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Kingsman: El círculo de oro
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    La secuencia que abre Kingsman: El círculo de oro no deja lugar a dudas de su condición de secuela, cuando Eggsy (Taron Egerton) se enfrenta por las calles de Londres a Charlie (Edward Holcroft) en una larga persecución que no solo abre la película, también deja claro los parámetros en los que se moverá durante todo su metraje a nivel visual: una hipervisualización a base de set pieces, algunas muy buenas, otras simplemente enfocadas al formato IMAX y 3D, no exentas de humor y que poseen una cierta elegancia en su construcción tan solo rota en ocasiones por una exceso de aceleración en el ritmo  y en el montaje. A este respecto, su director, Matthew Vaughn sigue lo planteado en la anterior, si bien no posee los mismos trazos que aquella debido a una mayor ambición que representa claramente esa introducción de más personajes y, en particular, su traslado de parte de la acción a Estados Unidos.

    Si en Kingsman: Servicio secreto, la confrontación entre la clase social delos chavs y la tradición británica modulaban la iniciación de Eggsy, ahora, el leve enfrentamiento se reduce a unas pincelas con el origen tejano de la nueva organización de espías, ‘Statesman’, para lo que surgen personajes interpretados por Champ (Jeff Bridges) o Tequila (Channing Tatum) que acaban siendo leves pegotes, claramente más de presentación para futuras entregas que operativos para la que nos ocupa. Tampoco logra Julianne Moore, como la villana Poppy, hacer olvidar a Samuel L. Jackson en Kingsman: Servicio secreto, pero cumple su propósito, tan (auto) irónico como aquel. Es decir, todo conduce a una idea de ir más allá más por acumulación y por exceso que por un deseo de desarrollar algo más a los personajes. La recuperación de Colin Firth para la ocasión entrega junto a Egerton y Mark Strong lo mejor gracias a la interacción en su relación, si bien acaban siendo, en casi todo momento, representaciones de los papeles que interpretaran en la primera entrega antes que un paso más en su construcción. Y no olvidar la presencia de un Elton John, que pasa del comentario cómico a lo estrambótico. 

    Y a pesar de todo lo anterior y de una duración que sobrepasa las dos horas de manera innecesaria, Kingsman: El círculo de oro funciona, una vez más, en su capacidad para ser un elegante y enérgico blockbuster. También para introducir, de manera quizá menos eficiente que en la anterior, una mirada crítica al poder que, a su vez, crea una dialéctica interesante con la propia organización que se ocupa de combatir a una villana que a través de las drogas que vende ha extendido un virus letal a nivel mundial. Los comentarios a este respecto no dejan lugar a dudas sobre la ironía que marca la narración y el intento de trascender el puro cine de acción para introducir algo más de hondura, consiguiéndolo brevemente y con algún que otro apunte interesante, pero nada más.

    Lo relevante de la película de Vaguahn se encuentra en cómo el director vuelve a dar forma a unas imágenes que remite a unos parámetros reales que poco a poco van difuminándose para dejar que nazca un territorio cinematográfico en el que la irrealidad, que no lo fantástico, de la propuesta genera, una vez más, unas imágenes que hacen del exceso de visualización su elemento definitorio. Su carácter tan limpio, de una digitalización extrema, crea un espectáculo visual muy propio e incluso personal, pero a su vez extraño, como si en su interior se dieran la mano dos maneras diferentes de entender el cine de acción, buscando trascender un concepto particular de blockbuster. Lo consigue a medias, dado que en casi todo momento transmite una cierta sensación de altivez con su hiperestilización, pero lo cierto es que como pura pirotecnia visual, Kingsman: El círculo de oro logra fascinar en muchos momentos, aunque a su vez denote que posibles entregas, siguiendo por el mismo camino, acabará agotando la fórmula, en caso de que no lo haya hecho ya. Hasta entonces, se puede disfrutar de esta segunda adaptación de los comic de Dave Gibbons y Mark Millar como lo que es: un auténtico espectáculo cuyas imágenes nos hablan de una inflación visual, la actual, que desborda lo real cinematográfico en un sentido inmersivo del cine que se presiente todavía en una fase de exploración de sus posibilidades. 

    Lo mejor: Mark Strong cantando a John Denver, secuencia que ilustra lo desmedido, y a la vez divertido, que es este espectáculo. 

    Lo peor: La duración más la acumulación de elementos convierte el sentido inmersivo de la acción en agotamiento.

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